Cuando el poeta Pablo Neruda (1904-1973) era embajador de Chile en Francia, recibió, el 21 de octubre de 1971, una imprevista llamada telefónica desde Suecia. Desde el otro extremo de la línea le comunicaban que la Academia Sueca le había otorgado el Premio Nobel de Literatura. Un mes y medio después, el 10 de diciembre, recibió ese galardón en la Sala de Conciertos de Estocolmo. Un año después, en diciembre de 1972, nuestro país lo recibió y le ofreció un gran homenaje en el Estadio Nacional.
Los académicos suecos, en su anuncio, lo llamaron “el poeta de la humanidad violentada”, donde “él mismo había sido perseguido una y otra vez y que en su obra se encontraba la comunidad de los oprimidos en todas sus partes.” Asimismo, valoraban “una poesía que, con el efecto de una fuerza natural, hace revivir el destino y los sueños de un continente”.
Cuando se supo la noticia en Chile, hubo celebraciones y homenajes. El Presidente Salvador Allende, por cadena radial afirmó: “Este galardón que incorpora a la inmortalidad a un hombre nuestro, es la victoria de Chile y de su pueblo y, además, de América Latina”.
También hubo críticas de parte de los opositores al gobierno de la Unidad Popular. Les irritaba la entrega de ese galardón a “un comunista”, parte de un gobierno que intentaba liderar un proceso de profundos cambios sociales.
“Yo vengo de una oscura provincia, de un país separado de todos los otros por la tajante geografía. (…) Tuve siempre confianza en el hombre. No perdí jamás la esperanza. Por eso, tal vez, he llegado hasta aquí con mi poesía y también con mi bandera. (…) Solo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres. Así la poesía no habrá cantado en vano.”
Con estas palabras, Pablo Neruda terminaba el discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura. Chile, en 1971, vivía un proceso que, precisamente, buscaba construir “la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres.”
Diversas obligaciones diplomáticas, viajes, reuniones y enfermedades le impidieron viajar a Chile para recibir el homenaje merecido. Sin embargo, los reconocimientos no se hicieron esperar. Hubo encuentros académicos, publicaciones, seminarios y conferencias dedicadas a la obra del recién elegido Premio Nobel.
Algunos jóvenes de esos años nos sumamos, también, a esas celebraciones, por cierto que con menos recursos y difusión. Éramos alumnos del profesor Hernán Loyola, gran conocedor y estudioso de la obra del poeta, en la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile. Nuestro “gran aporte” en esos festejos fue la construcción de un… ¡sencillo diario mural!
En los tiempos actuales habríamos creado un sitio web, un perfil de Facebook o Instagram para Pablo Neruda. En esos años, no había internet, ni computadoras al alcance de todos, menos impresoras, ni cámaras digitales, ni teléfonos inteligentes. Todo fue hecho “a mano”. Nuestro medio de comunicación fue ese diario mural, donde fijamos textos, recortes de prensa, ilustraciones y fotografías. Ese modesto medio, exhibido en uno de los patios de antiguo Instituto Pedagógico, fue nuestro homenaje en ese momento histórico de Chile.
Un año después de recibir el premio, el pueblo de Chile pudo saludar al segundo nobel chileno. Fue en un acto en el Estadio Nacional, el 5 de diciembre de 1972.
En la ocasión Pablo Neruda dijo: “Aquí se supone que están ustedes recibiéndome o recepcionándome o acogiéndome. Y bien, muchas gracias, muchas veces muchas gracias. Pero lo que pasa es que me parece que nunca salí de aquí, que nunca estuve fuera, que nunca me ha pasado nada en ninguna parte, sino aquí, en esta tierra. Mis alegrías y mis dolores vienen de aquí o aquí se quedaron. (…) En dos palabras, aquí me tienen de regreso sin haber salido nunca de Chile”
Con estas palabras, al inicio de su discurso, Pablo Neruda agradeció el homenaje. Ese acto fue encabezado por el general Carlos Prats, en su calidad de Vicepresidente de la República. El Presidente Salvador Allende se encontraba en una gira internacional.
A pesar de las sombras presentes en la biografía del poeta, su obra sigue siendo leída, admirada y estudiada. Los chilenos, aun los más sencillos, conocen al menos algún verso de Veinte poemas de amor y una canción desesperada y sienten que este autor les pertenece y los enorgullece.
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Crónica en primera persona: «Así viví el Nobel de Pablo Neruda»
Han pasado 50 años de esa llamada telefónica hecha desde Suecia y de la ceremonia en la que recibió el Premio Nobel; desde el acto en el Estadio Nacional, uno menos. Con orgullo, puedo decir “Yo viví esos momentos”. Yo experimenté el ambiente de alegría que recorrió todo Chile y estuve junto a los miles de hombres, mujeres y niños en el Estadio Nacional. Ahí me sentí parte de aquellos a los que el poeta saludó por última vez:
“Salud, chilenas y chilenos, compañeras y compañeros, amigos y amigas, gracias por la amistad, por el cariño, por el reconocimiento que otros nuevos poetas con el tiempo recibirán también de ustedes.”
Ese acto fue la última aparición en público de Pablo Neruda. Murió el 23 de septiembre de 1973, en los primeros días de la dictadura cívico-militar, poco más de nueve meses después de ese homenaje. Las palabras con las que terminó su discurso fueron, quizás, su despedida.
“Porque la vida, la lucha, la poesía, continuarán viviendo cuando yo sea solo un pequeño recuerdo en el luminoso camino de Chile. Gracias porque ustedes son el pueblo, lo mejor de la tierra, la sal del mundo. Salud.”
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