Llevo una semana viajando por la costa atacameña, por motivos de trabajo; llevaba varios meses esperando este viaje y anhelando que coincidiera con el eclipse. Desde que se fueron confirmando las fechas de mi recorrido, fui tratando de hacerlo calzar y, en primera instancia, hoy estaría en La Higuera pero, a pocos días de iniciar el viaje, el esquema se iba desmoronando y el itinerario se alejaba de la zona de sombra total.
Llevo una semana viajando y he pasado por Los Vilos, La Serena, Vallenar, Copiapó, Caldera, Chañaral y Taltal, sin descontar variados poblados intermedios y caletas de pescadores, donde está el alma del trabajo que estoy haciendo. Así, tirando líneas, ya en pleno viaje, se fue haciendo cada vez más imprescindible mi llegada al lugar que me cobijará los próximos días: Caleta Chañaral, o Chañaral de Aceituno.
Acá vive la familia del último constructor de balsa de cuero de lobo, tradicional embarcación del pueblo chango, que son el motivo de mi pega hoy.
A medida que se acercaban los días y notando que los vaivenes en terreno eran más de los que uno estima, fui preocupándome por mi arribo a la zona. Estuve casi toda una semana tratando de conseguir alojamiento y, sencillamente, era imposible. Así, el domingo llamé a dos de mis contactos en la caleta Chañaral y uno de ellos me ofreció alojarme en su casa: desde aquí les escribo ahora.
Llegué ayer a las 16 horas y, para no abusar de la hospitalidad de nadie, quise buscar alojamiento propio pero todo estaba reservados desde hace semanas. Así que, cual perro arrepentido, volví a la casa de mis anfitriones y acepté la estadía.
Lo que vi esta semana recorriendo la región de Atacama, principalmente, fue un fervor intenso por el eclipse. Ayer temprano pasé por la Municipalidad de Freirina y, también, la Plaza de Armas de Vallenar y todo era el eclipse; incluso grandes artistas se presentarían con este motivo. Así que, resumidamente, toda posibilidad de avanzar en mi trabajo estaba suspendida por el acontecimiento astronómico; yo me lo tomé como un regalo y disfruté.
Hoy, llegó un amigo a ver el eclipse acá. Conversamos un rato para luego partir en búsqueda de almuerzo; y pareciera que la conmoción del eclipse dejó desabastecidos a los locatarios, pero recién en el tercer restaurant pudimos comer. No obstante, la sobredemanda nos hizo esperar cerca de una hora por los platos; de hecho, inició el eclipse y nosotros teníamos nuestra comida servida hace no más de 10-15 minutos.
Faltándole el respeto a mi comensal, ansiosa por el eclipse, comí a una velocidad más que normal, ordené mis cosas y me paré en dirección a la caja, para pagar sin tener que esperar el ritual de la cuenta en la mesa. Salimos, miramos el eclipse, sacamos un par de fotos al entorno y buscamos un lugar cómodo para verlo.
Nos ubicamos entre unos botes de la caleta, yo tomé posición horizontal y me mantuve ahí por la hora y minutos que nos separó del momento máximo de oscuridad. Circunstancialmente me moví para capturar imágenes del cambio de luminosidad del lugar, pero traté de contemplar con todos mis sentidos aquel espectáculo; en tanto, funcionarios de la municipalidad nos regalaban bandanas especiales del eclipse en la región.
Llegado el momento, siendo las 16:38, el sol fue cubierto por completo por la luna y la imagen vista es difícil de describir. Simplemente es un momento conmovedor. Y para qué decir el primer rayo de sol que se escapa cuando la luna comienza su salida. Bandadas de pájaros revoloteaban, imagino desconcertados por el fenómeno, mientras uno se sienta maravillado de verse tan ínfimo en el universo.
Apenas 2 minutos y 15 segundos debe haber durado por acá la fase total; superado ese momento, decenas de autos se encendieron y enfilaron hacia el interior. Mañana muchos deben presentarse en sus ciudades, yo, por suerte, no, pudiendo quedarme tomándome un café, agradeciendo la oportunidad que tengo de haber presenciado este increíble eclipse en un lugar tan bello y mágico como Caleta Chañaral, que por mañana y varios días más será mi oficina y escritorio.