Han pasado apenas un par de horas, desde que Camilo Antileo, 23 años, maipucino y músico, ha parido su primer disco compacto, titulado “Hoy”. Su disco, editado por el sello independiente Epifanía Records, del cual Antileo es partícipe, es un tremendo triunfo. Pero todo partió mucho antes.
Antileo no tiene 23 años, sino que 17 y sueña con ser cantante. Tiene ganas de decir cosas y comienza haciendo canciones, que según cuenta “no le gustaban ni a mis más amigos”. Sin embargo, Antileo no se inmuta. Va aprendiendo, perfeccionándose en el arte de cantar, de componer y recorre un largo camino que comienza a dar sus primeros frutos.
El prejuicio y la necesidad –casi enfermiza- de la sociedad de encasillar a la gente, poniendo apelativos o chapas, como una forma de marcar en serie a las personas, nos diría que Antileo, de apellido Mapuche debería hacer un disco que hable de la problemática de su pueblo. El imaginario colectivo, quizás nos haga avizorar un Antileo cantando entre medio de cultrunes y trutrucas. Sin embargo Antileo no se casa con estereotipos. Escapa como un animal de las denominaciones y abre sus brazos, cuales alas, y vuela.
Hoy Antileo tiene 23 años y nos sentamos en una mesa del Coffee Culture, café que visita seguido. Nos saludamos y veo en él a alguien que tiene cosas que decir. “A mi no me auspicia el pato del Banco”, repite como un mantra, dando a entender que como dice Fito Páez está “al lado del camino”.
Prendo la grabadora, y Antileo dispara quejas, propuestas y un sentido del arte que conmueve. Y es que te puede gustar o no su música; pero el relato del joven Antileo cuesta que te deje –para bien o para mal- indiferente.
– ¿Cuándo decides convertirte en cantante?
– El 2008 se estaba terminando y comencé a hacer canciones, con la idea de ser un cantautor. En mi casa estaban seguros que sería un pasatiempo, pero siempre supe que para mi sería una forma de vida. Es que lo que hago es ideológico, pues creo que el arte es uno de los caminos que te acercan al desarrollo humano en un sentido integral y verdaderos.
– ¿Cómo fue el proceso, te pesó ser Antileo?
– Fue un proceso complicado, pues no tengo pitutos y mi apellido es una piedra de tope para ingresar al mainstream de un arte que cada vez más se entiende como una industria, sometido a las lógicas del capital. Entonces imagina, soy descendiente de indígenas y decidí hacer arte más allá de la función decorativa. Y con todas las ganas del mundo toqué puertas, y vi como se cerraron en mi cara. Pero aún así no me desanimé.
– Si en vez de Antileo fueras Infante ¿sería otro el trato?
– Probablemente estaría dando entrevistas para El Mercurio. Pero este es mi camino y esto es sin llorar. Chile es un país tremendamente discriminador y he recibido críticas ácidas, ataques fascistas por defender la idea de una nación Mapuche. La sociedad tiene que entender que la imagen del mapuche como un indio flojo y borracho es una caricatura de los medios. Hoy el Mapuche va a la universidad, escribe poesía, canta y se mueve en una ciudad muchas veces hostil.
– ¿Qué significa el lanzamiento de tu EP “Hoy”?
– El lanzamiento de “Hoy” representa el triunfo de la auto-gestión por sobre la religión del dinero, es la victoria de la amistad y amor por el arte de quienes trabajamos en este disco por sobre el ego y otras carencias humanas, esta es mi victoria personal; pero también la de mis amigos y familia, entre ellos y solo por destacar uno: mi productor musical Oscar Godoy.
CAMILO “UN LIBREPENSADOR”
Dentro de la conversación, que va desde temas políticos, contingentes y las miradas de un Chile actual, que Antileo mira con desconfianza, llama la atención la mirada del músico sobre su disco. La principal valoración que hace de su materia es que lo ayuda a cumplir una de sus mayores metas, que no es otra que “ser feliz”. Sorprende la simpleza de su respuesta, pues –en estricto rigor- la búsqueda constante de la felicidad, debería ser leitmotiv de cada ser humano, sin embargo detrás de lo simple, muchas veces se esconden sabidurías que sorprenden.
Comento con Antileo que tras escuchar su apellido y bajar su disco, busqué temas con marcado sentido social. Le reconocí un prejuicio y analizamos sus letras. “Me gustaron tus canciones, pues encontré simples las letras”, le lanzo. Arquea la cejas y recibe la frase como un golpe.
– ¿Simples? Yo diría más bien cotidianas – Me lanza.
Le concedo el punto y me reconoce que “Sudamérica está llena de cantos valientes, que comparten una estética que yo celebro y valoro, pero no me someto a ella. Para mi sería fácil irme por el camino del canto social, en el sentido archi conocido, con fórmulas revolucionarias que de tanto uso se transforman en un cliché. Yo me niego a la influencia del sonido burgués, de este capitalismo que nos mata. Pero no me encasilles, yo no levanto ni porto las banderas de una izquierda conservadora, con glorias y derrotas pasadas”, me dice como una declaración de ideales.
Antileo no se deja cazar, ni menos encasillar. “Soy un librepensador, y tengo todo el derecho a desarrollar la búsqueda de mis sonidos e inventar mi estética”, me dice.
En medio del café que nos tomamos, llega una de sus amigas. Ella le ayudó a grabar uno de los cinco video clips que tiene colgados en youtube. Él le regala su preciado disco y ella lo mira, orgullosa y con esa alegría propia de los amigos. La grabadora se apaga y los amigos se preparan para ir a celebrar. Antileo ese día ha dado más de cinco entrevistas y es hora de dejar atrás a la prensa, para irse de cervezas. Seis años de lucha han dado sus primeros frutos. Antileo sacó su disco y de cierta forma, ya comenzó a torcerle la mano a un sistema y una sociedad que –muchas veces- no logra dimensionar la importancia de la independencia. El temple que hay tras la vida de un artista. Y más importante aún: lo trascendente de las cosas simples o cotidianas.