Rodrigo Varas González (31) sintió desde pequeño una atracción especial por la literatura. Era por allá en 2003, cuando él cursaba octavo básico, que un taller consolidó su gusto por las letras, específicamente la poesía, al alero de una reconocida maestra: Elisa Ferrada, más conocida como la Mama Icha.
Al día de hoy, el escritor cuenta con dos libros publicados de manera totalmente autogestionada en el marco de su proyecto «Mitorus», lo que claramente ha implicado un gran esfuerzo de su parte, además del apoyo de varias amistades.
La Voz conversó con Rodrigo Varas y profundizamos en esta experiencia y otras reflexiones sobre el mundo de la literatura desde el poniente de la capital.
Cuéntanos un poco más sobre cómo partió todo esto de escribir relatos y poemas hasta llegar a la impresión de tus primeros libros.
Todo partió en el Colegio Guatemala, con el taller de poesía de la Mama Icha. Ahí empecé a escribir de a poquito poesía y se fue dando con el tiempo durante la media también.
En algún momento seguí un formato algo similar a «Santiago en 100 palabras», esos libros cuadraditos, incluso saqué un tiraje de 15 copias, hasta que en un momento llegó una plata y eso me permitió publicar mi primer libro en 2017 con todo lo que había recopilado desde 2003: «Lado A».
Este libro tiene la particularidad de que, por donde tú lo abras, está derecho. La impresión de un lado está del revés de la otra, en una parte los poemas, y en el otro los microcuentos.
Después siguió pasando el tiempo, vino el estallido, la pandemia, y durante ese período nació una novela corta a partir de largas conversaciones con una amiga que se transformó en mi editora. En un par de jornadas que partían a las 8 de la tarde y terminaban a las 6 de la mañana, se escribió «Lo que somos».
Eres más de relatos breves.
A mí me cuesta escribir cosas largas, como lo de Claudio Garrido, que fuimos compañeros de media. Su novela “El anden de las distancias” es un libro súper largo, súper grande, y a mí me cuesta llegar a algo como eso.
Yo hice esta novela, que de todas formas es corta, de 100 páginas. Yo creo que me demoré un año pensándolo, pero se escribió en dos o tres jornadas largas. Me demoro mucho en pensar las ideas, pero una vez que las tengo, las voy redactando con relativa facilidad.
«Theo Imber», ¿cómo llegaste a ese seudónimo?
«Theo» es de Theodore Sturgeon, un escritor de ciencia ficción gringo que escribió, entre otras cosas, algunos capítulos de Star Trek. El «Imber» nace de una modificación de una serie de cosas que ya ni me acuerdo bien cómo fue, pero quedó así, finalmente: Theo Imber. Pero es un heterónimo.
Otro que uso cuando firmo es «Mito», que es la abreviación de «Mitorus». Eso viene de una tontera de los tiempos de Messenger originalmente. A mí me gustaba «Hey Arnold» y mi personaje favorito era Gerald, que contaba leyendas urbanas. Y cuando me estaba haciendo el correo dije «ah, pero leyenda es femenino. Entonces, ‘Mito'».
¿Estos dos libros tienen alguna relación entre sí?, ¿cuáles son las líneas temáticas?
Me interesa, como línea general, y la línea cómun que está presente en estos dos libros, el concepto de “entender a la sociedad”, entenderla desde mi perspectiva, por supuesto. No es un estudio sociológico en ningún caso. Es comprender características de la sociedad o cosas que no son comunes.
En el caso de la novela, el tema de la muerte. En el caso de los cuentos y las poesías, pucha, de todo.
Tema contingente la muerte, considerando un período de pandemia donde era el mayor temor, ¿hubo algo de inspiración en ello?
Yo diría que no tanto. Si bien, como dices, la muerte o el miedo a ella estuvo muy presente, estas lecturas se van por otro camino. Parece más una referencia a lo que tiene que ver con los detenidos desaparecidos, una referencia al hospital donde cambiaban las guaguas, una referencia a muchas cosas, pero a la vez es otra cosa. Funciona con referencias, pero es otro tipo de reflexión sobre la muerte.
Ya me comentabas que mamá Icha había sido una gran inspiración, pero ¿qué otros autores consideras tus referentes?
Esos escritores a los que uno le gustaría parecerse, pero sabe que no es tan bueno. De poesía me gusta mucho Pablo de Rokha, Walter Contreras, el de “La Carta del Diablo”. Mistral, también, pero creo no escribo nada parecido a Mistral.
Y en Narrativa me gusta la Pía Barros, que la encuentro genial, microcuentista chilena. Yo creo que es probable que sea la mejor microcuentista que tenemos en América Latina.
Me gusta la ciencia ficción también. Isaac Asimov me parece un tipo muy relevante. Eso, como para no empezar a tirar nombres…
¿Qué otras cosas han sido relevantes en tu vida y que han guiado un poco lo que escribes?
Cuando yo estaba en el colegio fui parte de la Revolución Pingüina, yo creo que eso me marcó políticamente. Pensar en la responsabilidad que uno tiene hacia el resto. Y de ahí que la política quedó danto vuelta, y siempre hay un poco de política en lo que escribo, aunque no sea partidista y no tenga que ver con un gobierno en particular.
Siempre hay algo de política, de sociedad, de reflexionar en, como dice la novela, «lo que somos». Esa es una cosa que me marca, mientras que, lo segundo, una cosa que ha sido muy importante para mí ha sido el mundo de la ciencia ficción. Por ejemplo, en la película «Yo, Robot», lo relevante no es Will Smith persiguiendo a otros personajes, sino toda la discusión en torno al robot y su consciencia. En tiempos en los que estamos tan cerca de La Singularidad, donde el avance tecnológico, la inteligencia artificial va a llegar a un punto de desarrollo donde para el humano será imposible preverlo antes.
Cuando vemos prótesis de manos, o chips que van en el cerebro. Pronto viene la pregunta hasta qué punto seguimos o dejamos de ser humanos. Todo eso.
Me imagino que este proyecto ha significado mucho esfuerzo, con altos y bajos, ¿cómo ha sido para ti la experiencia de sacar a la luz tu trabajo?
Parto por una base, y por eso, nace Mitorus: trabajar con editoriales sin tener un pituto es imposible. Se requiere de la pega de uno y de tener las lucas uno. La mayoría son textos autoeditados, la mayoría de los autores que uno va conociendo, autoras y autores, son gente que se autoedita o tiene editoriales pequeñas, por lo que se necesita harta cabeza y harto tiempo.
Mi primer libro, por ejemplo, la impresión del interior, de las páginas, fue en un lugar, la impresión de las tapas fue en otro lugar, el pegado fue en otro lugar, buscando lo que salga más económico. Para la novela, en cambio, encontré un lugar donde podía hacer todo a buen precio. No sé si barato, pero a buen precio. Y así, básicamente, puro autofinanciamiento.
Yo soy profesor de lenguaje, de ahí voy sacando un poquito de plata, voy destinando, y así es como se hace. Pero es muy trabajoso. Uno no puede entregar, a menos que seas una «Estrella de Wattpad», difícilmente una editorial te va a pescar y por lo tanto tienes que hacer todo tú, y tienes que financiarlo, y comer toda la mierda que hay en el proceso. Ojo que no estoy haciendo una crítica, me parece muy bien que se tome a Wattpad en cuenta.
Y en ese sentido, ¿cómo ves las oportunidades que hay, más allá de lo que pasa con las editoriales, por ejemplo, con fondos concursables?
A propósito del nuevo gabinete, me acuerdo que se empezó a conversar qué es lo que tendrá que hacer la ministra de las Culturas. Probablemente, algo que habrá que modificar, será el tema de los fondos.
Con la editora estamos esperando respuesta de los fondos de cultura, individualmente, mi editora y yo, pero son fondos que siempre tienen esta idea subsidiaria. Por ejemplo, para sacar un libro, financian la confección del libro, completamente, pero uno tiene que salir a venderlo, entonces uno dice ‘espérate, ¿por qué si el Estado me está financiando el libro, por qué yo tengo que hacer un negocio con el libro?’. Claro, yo podría salir a regalarlo, me encantaría, pero como autor no tengo ningún pago.
También están los sesgos con los que se eligen los textos. Hay un sesgo de clase notorio. Es muy llamativo que la mayoría de los que se ganan los proyectos son gente del barrio alto, ¿saben hacer mejores proyectos que la gente del barrio bajo? Lo dudo. ¿La gente del barrio alto presenta más proyectos? Lo dudo. Hay algo ahí. No digo que sea corrupto, sino que hay sesgo de algún tipo y eso me parece que hay que revisarlo.
Y a nivel local, ¿has buscado y tenido apoyo de parte de las autoridades comunales o de alguna agrupación cultural?
No. En algún momento intenté hacer algo con La Pluma, pero si la memoria no me falla, justo llega el estallido y se complicó todo. Con la pandemia peor.
Lo que sí hemos estado esperando, porque sabemos que con Vittori existían los fondos de cultura, con Barriga desaparecieron, es a ver si ahora se retoman con Vodanovic, o si habrá otra manera, otro beneficio parecido.
Si bien yo tengo mi corazón político, creo que el arte debe tratar de mantenerse independiente. Así que intento no trabajar con alguna administración en particular y por eso prefiero los fondos, que son una instancia más de “elección a ciegas”, no creo que del todo, pero lo suficiente.
Como profesor, ¿has tratado de heredar algo de tu vocación de escritor?
Alguna vez un profe en la universidad nos dijo que el sueño de todo profe de lenguaje es que su alumnado escriba, y yo si bien estoy de acuerdo, le agrego el anhelo de que todo el mundo tenga la capacidad de sentir con los textos, con la poesía, con un cuento. Más allá de lo que cada uno sienta, porque una cosa bonita que tiene el arte es que a cada persona nos hace sentir una cosa un poquito diferente, pero sentir y al menos eso intento yo, con mis estudiantes. Que le pasen cosas. Que los mueva.
Si lo logramos, maravilloso, y si no, hay que seguir intentando.
Y cuál es tu percepción con respecto a cómo están las mallas curriculares de los colegios o los programas, ¿permiten que se generen estas instancias?
Yo creo que lo peor que tenemos es la lectura domiciliaria. Porque para que halla goce lector tiene que haber mediación. No va a haber goce porque sí. Esto no es un proceso mágico de que alguien lee mucho y de pronto ‘oh, me iluminé’.
Se necesita un proceso, se necesita trabajar en clase y para la lectura domiciliaria, generalmente, no da el tiempo. Más allá de que en mi colegio [Metodista de Santiago], y con eso tengo que ser súper justo, nos dan el tiempo. Yo he podido trabajar los textos domiciliarios en clase, y ha generado otra cosa.
Lo que nos ocurrió el año pasado con los cuentos de Edgar Allan Poe, y comentarlos, y comentar el cuervo, y por qué el cuervo es un poema, es una narración, pero no es una narración porque está escrito en poesía, etc. Llegar a esa reflexión fue posible gracias a la conversación y a la mediación. Entonces hay un goce cuando hay un proceso de entendimiento.
¿Qué consejos les darías a alguien que quisiera mejorar, disfrutar y profundizar su relación con la lectura?
Yo creo que la única regla para que a alguien le guste la literatura es no obligarse a leer. Si estás leyendo algo y no te gustó, déjalo. Quizá no es el momento, quizá no estés de humor para leer ese texto, quizá nunca lo vas a estar y simplemente te pareció un texto «intragable». Creo que ahí ronda todo, en disfrutarlo.
A veces uno comete el error, sobre todo quienes estudiamos en el área de la literatura, de aplicar esta idea de que hay que leerse lo clásico, porque debe ser interesante.
Tipo la Ilíada y la Odisea.
Ni siquiera tan lejos. Hay que leer a Cortázar, a Borges, «100 años de soledad» de Márquez. Yo llegué con «La casa de los espíritus» hasta la mitad y dejé esa prueba en blanco, me pusieron un 1. Me pareció intragable. Bolaño me parece un tipo intragable. Si alguien los disfruta, que le de, pero sino, filo. Lo importante es leer lo que haga eco en uno. Si lo que estás leyendo te resuena de alguna manera, dale.