Salvo en situaciones muy excepcionales de la realidad social o política de un país (catástrofes, alta inestabilidad política o social, o conflictos externos), los llamados gobiernos de «unidad nacional» no se justifican, y más bien son sólo un esfuerzo político de quienes los impulsan para ampliar su base de apoyo. Por cierto, Chile no está en ninguna de esas situaciones, por méritos de sus últimos gobiernos, de la oposición y de los distintos sectores políticos y sociales, y eso es un activo del país que todos debemos cuidar.
Por lo tanto, a Chile y a los chilenos nos hace muy bien tener una buena oposición, que por lo demás es necesaria para el buen desarrollo de la democracia, de la transparencia y de la representación adecuada de la ciudadanía, que en más de un 48% no votó por el Presidente electo.
Una pregunta relevante, entonces, es cómo ser oposición, lo que plantea un desafío enorme a quienes hemos colaborado o apoyado a los últimos cuatro gobiernos durante 20 años. Sobre todo para las generaciones más jóvenes, que no habíamos sido oposición en democracia.
Como decía Víctor Maldonado, hoy subsecretario de Desarrollo Regional, «a la oposición le corresponde fijar metas (al gobierno), medir, fiscalizar y ofrecer alternativas a la ciudadanía». Agrego a eso la necesidad de poner el foco en la ciudadanía y, con ello, evaluar las distintas políticas que proponga el gobierno, apoyando aquellas que nos parezcan colaborar al desarrollo del país, de mayor justicia social, de libertades, modernización del Estado, y por un sistema político más justo y transparente; y rechazando férreamente aquellas que vayan en el sentido contrario, perjudicando a la ciudadanía o beneficiando sólo a unos pocos.
El primer paso en la fijación de metas y medición del gobierno serán los propios compromisos públicos que expresó el Presidente electo durante su campaña, complementado con la demanda ciudadana que se recoge día a día. La fiscalización, sin duda, será trabajo de la oposición, y ya se vislumbra un área en la cual el tiempo dirá si se resuelve adecuadamente o no: los conflictos de interés que tienen o puedan tener las nuevas autoridades. Esto ha quedado marcado con la discusión pública sobre cómo se resuelve aquello por parte del próximo Presidente y algunos de sus ministros.
Con todo, quizás la menos urgente -pero con más futuro- de las tareas de la oposición es ofrecer alternativas a la ciudadanía. Por un lado, hacer el aprendizaje de la derrota electoral, explicarse las causas y cómo representar a miles de chilenos que vivimos en un país muy distinto al de hace 20 años. Las razones son variadas y debe decantar la discusión, pero planteo que una de ellas es no haber sabido representar a la nueva clase media, que ha crecido y tiene una estándar de vida diferente gracias a las políticas de nuestros gobiernos. Hay trabajos relevantes en varios municipios, uno de ellos Maipú, que pueden dar luces de cómo enfrentar este desafío.
Por otra parte, es claro que la ciudadanía exige renovación de los liderazgos, proceso que los partidos políticos deben recoger y en la Democracia Cristiana impulsaremos aquello.
Finalmente, la gente nos pide trabajar con unidad desde la Concertación, cada uno con su identidad, todas relevantes. Una oposición dispersa no es creíble en el planteamiento de alternativas de futuro. Una oposición unida, con varios liderazgos que se respeten, coordinen y apoyen entre sí, puede ser el primer paso hacia una Concertación 2.0. En el intertanto, hay que colaborar con Chile desde la oposición, con futuro.