Jair Bolsonaro, ex militar, evangélico y defensor de la pena de muerte, ha declarado como servicios esenciales a gimnasios y salones de belleza, argumentando una preocupación por la salud y la higiene de sus compatriotas brasileños.
El espíritu militar que se desprende de su presunta preocupación es evidente, pues, el orden y el progreso solo es posible mediante una rigurosa disciplina que, dentro de la racionalidad marcial, signo de ello es el modo en que el sujeto se muestra al mundo, esto es, en aquello que exponemos de nosotros, en aquello que re-presentamos para que una alteridad emita un juicio sobre esto re-presentado.
Por lo tanto, podríamos sostener que el objetivo de Bolsonaro, además del sacrificio de vidas en razón de perpetuar el sistema capitalista-extractivista, es hacer de sus propuestas cosméticas, objetivos políticos y sociales. Es por esto que resulta profundamente paradigmático que, a lo que recurra el ex militar, sean precisamente dos servicios que tienen por objetivo principal moldear, modelar y prefigurar el modo en que nos presentamos ante otros/as.
Hace cinco días escuchamos a Alberto Espina, Ministro de Defensa, declarar que vigilarán la Región Metropolitana durante el confinamiento por Covid-19 con “toda la carne en la parrilla”. En la misma semana Jaime Mañalich, Ministro de Salud, ante el alza de contagios insiste en que estamos en “la batalla de Santiago”.
Felipe Guevara, Intendente de la Región Metropolitana, y Felipe Alessandri, Alcalde de Santiago, han insistido en que es imposible “tener a un carabinero en cada esquina y un militar en cada plaza”. Y la guinda de la torta la puso Sebastián Piñera, cuando calificó a la revuelta de octubre como “un enemigo poderoso que no respeta a nada ni nadie”.
Ahora bien, la pregunta es inmediata ¿existe alguna relación entre la última decisión política de Bolsonaro y el lenguaje metafórico tan recurrente en la derecha chilena? En el caso que así sea ¿esta sería una relación política, lingüística o ambas?
Por lo visto, el uso del lenguaje metafórico, compuesto por una coloquial sintaxis y una semántica con determinados y peligrosos intereses, lo que encubre, maquilla y performa es justamente la realidad política y social de una determinada sociedad.
En este sentido, las palabras de Armando Uribe exigen ser leídas, específicamente cuando señala que “las metáforas, salvo en muy buena literatura, en general son muy peligrosas y falsas. Sobre todo en política se utiliza como canal para engañar y engañarse” (2017).
Efectivamente, el recurso de la metáfora a la vez que persuade y engaña al receptor del mensaje, se establece como vía por la cual la realidad es construida según determinados intereses. Es decir, es un recurso lingüístico cosmético, en el sentido que maquilla aquello cierto para exponer, desde su gramática encubridora, una realidad condicionada por determinados intereses: económicos, sociales, políticos, religiosos, etc.
En este contexto, urge una actitud sumamente crítica ante el bombardeo mediático y publicitario que nos rodea. Una actitud crítica en el sentido más radical del concepto, es decir, un desmontaje de lo que aparenta ser cierto. La crítica, al deconstruír las metáforas, se vuelve una autocrítica del sujeto y de la sociedad, quien es el actor que significa su propia narrativa histórica.
Por lo tanto, es necesario que lo social se escriba originalmente, sin el recurso político de las metáforas, pues escribiendo el autor (lo social) se desarrolla por sí misma, sin ocultar una intención y reescribiendo su condicionado presente. Derrida señala que “la retirada de la metáfora da lugar a una generalización abismal de lo metafórico […] que ensancha los bordes” (1997: 223). Esto significa que la renuncia a lo metafórico abre un escenario nuevo de posibilidades políticas que, a su vez, se presentan como horizontes de acción en lo social.
De allí la íntima relación entre una decisión política que aparenta velar por un bienestar social, el lenguaje metafórico-político que aparenta cercanía y una relación coloquial y las posibilidades de construir autónomamente un nuevo espacio político-social. Por lo tanto, la metáfora, antes que todo, es un modo de presentar la realidad ocultándola, condicionándola a un determinado interés político, económico y, como lo estamos experimentando actualmente con la pandemia, un condicionamiento tecnológico que articula una realidad artificialmente, cosméticamente.
Referencias
Derrida, Jacques. (1997). La Retirada de la Metáfora. En: Derrida, J. La Deconstrucción en las Fronteras de la Filosofía. Barcelona: Paidós.
Uribe, Armando. (13 de junio de 2017). Conversaciones a oscuras. Recuperado de https://www.capital.cl/conversacion-a-oscuras/