Para un sector de la sociedad chilena, estar en cuarentena se ha convertido en una pesadilla a nivel emocional y mental, agudizando estados anímicos como la depresión , el estrés y la ansiedad.
En nuestro país , antes del estallido social y del COVID 19 , las enfermedades mentales ya ocupaban el primer lugar entre las razones de licencias otorgadas, en el sistema público como el privado, representaban más del 20% del costo total de licencias médicas, según el MINSAL 2017.
La crisis sanitaria se suma a las crisis social , política y económica , en esta última, observamos como miles de chilenos y chilenas han quedado sin trabajo y sumemos a este contexto la preocupación, el miedo, la desesperanza, que se produce ante esta situación.
Entonces, ¿cómo gestionamos nuestras emociones con el propósito de tener bienestar , tranquilidad y equilibrio? ¿Tenemos políticas públicas que nos apoyen en prevención y tratamiento de salud mental, que sean efectivas a nivel sistémico es decir, integrales para todos y todas?
Antes de seguir les quiero comentar los pensamientos que pasaban por mí cabeza mientras escribía, ya que quería exponer todo lo que no funciona o falta por hacer. Pero después reflexioné y dije: mejor veamos soluciones y esperanza en lo que sí podemos crear. Tomar, por ejemplo, toda la información y hacer un mapa mental de ciertas acciones que se pudieran generar.
Respecto de la salud mental en Chile ya tenemos un proyecto de ley en el SENADO, el cual sería pertinente qué hoy mismo se convierta en ley.
Existe también un plan de salud mental 2017-2025, que no ha podido ser aplicado de forma ecuánime, porque se da un incremento del tiempo de espera para primera consulta con psiquiatra, insuficiencia en proceso de reforma de hospitales psiquiátricos, una escasez de oferta de atención en salud mental para niños, niñas y adolescentes, población rural, minorías religiosas, étnicas y lingüísticas.
Esto sin contar el bajo porcentaje de presupuesto asignado a salud mental y disparidad en el mismo Gran Santiago Urbano (Maipú incluido), así como demás regiones.
Tampoco ayuda la carencia en el reconocimiento de derechos de personas con discapacidad o enfermedad mental, solo por nombrar son algunas de las problemáticas.
En conclusión, requerimos en urgencia hacernos consciente de aplicar un modelo de salud mental que sea integral, abordando programas concretos desde la niñez a la adultez del sujeto , relevando la participación de los sectores de la educación, el trabajo, el medio ambiente y el desarrollo social.
¿Cómo avanzar con lo que hay? Ese es el desafío.