La noche del 10 de enero a las 21.30 Carlos Álvarez (30) sintió en su rostro un golpe que lo remeció. Una bomba lacrimógena lanzada a 20 metros de distancia por un efectivo de Carabineros le provocó la pérdida de un 95% de la visión de su ojo derecho.
Una marca física y psicológica que le ha impedido desarrollar su trabajo de cocinero sumado a un Estado ausente que no se ha acercado a ofrecer reparación ni mucho menos algo que le ofrezca oportunidades para llevar el pan a su casa.
Carlos, vecino de la Villa el Abrazo de Maipú, es una de las más 400 víctimas de trauma ocular que provocó la acción policial desmedida durante las manifestaciones del estallido social.
Ese día acompañó a su primo que venía desde Europa a registrar las manifestaciones: «Concurrí a Plaza Dignidad junto con mi primo que es pintor y vive en España, a retratar el estallido social. Fue en eso que yo cerca de las nueve y media lo dejo en Plaza Dignidad y prosigo a ir a mi auto, yo trabajaba como Uber».
En la intersección de las calles Mercedes e Irene Morales Carlos se percató de que había fuerza policial. «Veo que hay un piquete de pacos y me alejo. Trato de dar la vuelta por la calle Estados Unidos y también había represión ahí, por lo que me volví a alejar».
«La única opción factible que había en esos momentos era Irene Morales con Mercedes. En ese momento no había tanto paco. Prosigo a cruzar la calle en diagonal, de oriente a poniente, cuando veo que se acerca un piquete de pacos. Uno de ellos, quien tenía la cámara, tapado, sin nombre, con una cámara Go-Pro me apunta y me dispara sin previo aviso«.
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A 20 metros, en noventa grados y directo a su rostro
Carlos es enfático en recalcar que «no iba encapuchado, yo iba con mi mascarilla en la mano. Llevaba una polera en la otra mano». Fue en ese momento cuando el efectivo de fuerzas especiales le apuntó directo al rostro a menos de 20 metros y en noventa grados, según cuenta a LVDM.
Escuchó el estruendo y, en ese segundo, la visión de su ojo derecho se nubló luego de un golpe. «Fue ahí entonces cuando cabros de la primera línea me socorren y me llevan al puesto de primeros auxilios. No perdí en ningún momento la conciencia. Solo vi cómo lentamente la sangre se apoderaba de mi ojo. Con la incertidumbre, obviamente de no saber si había perdido el ojo o no».
«Estaba totalmente extasiado en adrenalina. Los cabros de Salud a la Calle llamaron una ambulancia. Los minutos corrían al doble, todo fue muy rápido. Dicen que se demoró casi una hora. Yo de verdad lo sentí como 15 minutos», relata agitado, mientras recuerda el momento.
Ataques a la ambulancia
Luego de que llegara el equipo de salud en la ambulancia a socorrer a Carlos, comenzaron a trasladarlo al centro de urgencia más cercano. Sintió disparos y una bomba lacrimógena que impactó en el carro, la represión no cesaba:
«En eso vamos saliendo, por lo que percibí, por una de las calles que da a la Alameda y se sienten los balines como rebotan en la ambulancia. Eran los pacos, porque sabían que llevaban a alguien. Fue en eso donde se escucha un estruendo tremendo. Fue una lacrimógena que desencajó una de las ventanas de la ambulancia».
«Los paramédicos me trataron de calmar y salir de ahí lo más rápido posible. Sinceramente a los pacos no les bastó con herirme, sino que siguieron hostigando y reprimiendo. En el sentido de generar realmente un trauma psicológico», dice Carlos.
La posta y la impotencia
Posterior al episodio, llegaron al centro asistencial, y ahí comenzó el dolor físico y psicológico para Carlos. «Yo llegué a la Posta con toda incertidumbre, no sabía que pasaba con mi ojo. La adrenalina se empezaba a acabar y el dolor a asomarse. Era insoportable».
Ver a miembros de la institución que le arrebató la visión de su ojo derecho lo llenó de impotencia: «Ahí escuche que al lado de mi sala había un grupo de pacos que querían sacar informes de una niña que también había recibido perdigones y se tuvo que meter el doctor y los tuvo que echar. Ver a los pacos ahí fue una impotencia tan grande. Me dieron ganas de levantarme y sacarles la chucha».
Luego de que Carlos se reuniera con su familia en la posta fue trasladado a la UTO en la que le comentaron que con suerte no había perdido su globo ocular y que con antiparras, la historia habría sido distinta, no obstante quedó prácticamente ciego. La bomba lacrimógena dio entre su pómulo y su ojo y eso causo una perdida de más del 95% de visión.
«Yo hoy cuento con una visión periférica. Yo era cocinero, no de profesión, pero sí de oficio. Ahora es imposible encontrar una pega, en mi estado, de cocinero. Es algo que hiere psicológicamente y físicamente», relata el maipucino.
El apoyo de las organizaciones de víctimas de trauma ocular y la ausencia estatal
«Cerca de marzo-abril me dieron de alta en la UTO, sin controles preventivos. Mi ojo no tiene solución. Mi retina era la que estaba dañada y las células de la retina no se regeneran como otras partes del cuerpo», cuenta Carlos.
En ese mismo sentido, el joven relata la ausencia de políticas gubernamentales para las víctimas de estos casos. «El Estado en ningún momento se ha acercado a mi y me ha dicho: oye tenemos este programa de recuperación, de sanación. Oye podemos impartir cursos gratuitos para ustedes, no sé, aunque sea una beca en la universidad para no quedar desvalidos».
Ante la falta de tratamiento, hace dos meses atrás acudió a la fundación, Los Ojos de Chile a consultar por una molestia ocular. Un cansancio visual al conducir lo alertó. «Aun así yo tengo que seguir parando la olla, por ende, tengo que seguir trabajando a pesar de que es riesgoso para mi y para terceros. Si no trabajo, no como», explica.
Concurrió a una clínica privada gracias a la gestión de la fundación y la oftalmóloga le dijo que tenía un orificio en la retina y que en menos de una semana se podía desprender. Lo operaron de urgencia y cauterizaron ese orificio. «Al salir de la consulta si ya me sentía abandonado por el Estado, me sentí aun peor. ¿Qué pasa si yo no hubiera ido por algo anexo, algo totalmente indirecto a lo que es mi ojo dañado? Hubiera terminado perdiendo el ojo», relata.
«Gracias a la red de apoyo de víctimas de traumas oculares estoy con tratamiento psicológico. El gobierno no me ha entregado nada y tampoco confío si me llegan a dar un tratamiento psicológico o una recuperación visual», reconoce, y agrega que las tres organizaciones de apoyo «se han portado un siete conmigo».
El hecho de quedar con un 50% de la visión total producto de un impacto de un proyectil de las características de una bomba lacrimógena cambió no solo la vida de Carlos, sino que de muchos otros, una huella indeleble que se arrastra por siempre. De ahí la relevancia de las instancias organizadas por la propia ciudadanía: «Creo que sinceramente hubiera caído en una depresión. Muchos cabros han caído en una depresión. Muchos hubiéramos terminado en el suicidio, en una depresión profunda porque gracias a esas organizaciones, nos prestaron psicólogos en mi caso, así como en el de otros tantos».
«Cada día para mí es un reto»
Hoy, no tan recuperado psicológicamente, según cuenta, pero con un avance en las dificultades y en el dolor que generó el trauma ocular, la indignación de Carlos permanece:
«Me siento quizás no con la misma rabia que los primeros días. La trato de focalizar porque día a día para mi es un reto, incluso echarle azúcar al café o tomar una taza. O sea, ni te cuento las veces que me he quemado. Pensar en volver a trabajar en la cocina es algo que es prácticamente imposible. Yo el sentido de profundidad lo perdí. Al igual que muchos de mis compañeros. Andamos a tropezones, chocando con todo porque hay un punto ciego que es enorme y eso no va a volver«.
Agrega que la institucionalidad no cumplió con su rol: «Hoy la rabia la tengo focalizada en los agentes del Estado. Ellos se crearon como institución para protegernos. No para dispararnos. Se crearon para cuidarnos».
Ante las críticas infundadas e intentos de justificar esta situación por parte de ciertas personas, comenta: «Algunos dirán “pero andabai’ hueviando”, pero nada justifica una mutilación, que te disparen a los ojos. Nada. Okey, si quieren disuadir las marchas, háganlo tienen los elementos, pero disparar una escopeta en 90 grados no va con ellos. Ellos reglamentariamente tienen que disparar a 95 grados, hacia arriba o hacia el suelo, pero no directo a la cara».
«¿Qué justicia tenemos nosotros? En algún momento Piñera dijo que va haber reparación Yo todavía la estoy esperando, Gustavo Gatica la está esperando, Fabiola Campillay también la está esperando. Muchos de nosotros la estamos esperando», manifiesta.
El costo familiar y de su entorno cercano es compartido. El dolor y sufrimiento de Carlos es parte de sus padres, hermanos y amigos. «Mi familia estuvo destrozada», confiesa.
Una mina antipersonal
Ante la amplia cantidad de casos de lesiones oculares como el de Carlos, provocadas por la acción policial, considera que hubo intencionalidad detrás de estas acciones: «Sinceramente creo que somos una mina antipersonal. Eso hicieron con nosotros. En la guerra las minas no están para matar a las personas. Están para atemorizar a la tropa ¿Quién va a querer seguir peleando con un mutilado al lado? Es lo mismo con nosotros. Si los mutilados nos sentamos y dejamos de pelear, dejamos que ellos ganen».
Respecto al avance de las demandas sociales y los cambios estructurales que demanda la ciudadanía, Carlos opina que no ha variado prácticamente nada. «Nosotros luchamos por una vida digna. Y la AFP no te da una jubilación digna. Nosotros luchamos por el buen vivir y la verdad es que al momento no lo hemos tenido. Menos con el manejo de esta pandemia», dice.
*Al cierre de esta edición, Carlos aún no obtiene justicia.