La fuerza de una bomba lacrimógena disparada por un funcionario de Carabineros al rostro de Jorge Salvo le provocó una mutilación ocular, su órgano fue completamente destruido, rozaba su mejilla.
Jorge tiene 27 años y vive actualmente en Cerrillos. Vecino de Maipú de toda la vida, el 17 de enero salió desde la pieza que arrendaba en el centro de la comuna para juntarse con una amiga. Iban rumbo a Santiago a manifestarse.
Producto de la acción policial y los enfrentamientos con manifestantes, las bombas lacrimógenas y los elementos para disuasión, Jorge perdió a su amiga entre la masa.
«Yo buscándola estaba entre la multitud me vi puesto frente a la fuerza de Carabineros. En un momento veo a un carabinero justo al frente mío a unos 20-25 metros que estaba apuntando la escopeta directamente a mi cara. En ese momento me di vuelta hacia el lado derecho para voltearme y salir; y siento simplemente un golpe por el lado izquierdo», recuerda Jorge.
Delante de la cortina de humo blanco apareció un policía y con una escopeta disparó.
«Se me nublo la vista, no veía por los gases lacrimógenos que había en el ambiente. Con los ojos cerrados sentí un hombro y pedí ayuda. En ese momento solo escuché Oye compadre tu ojo, tu ojo
`. Yo no entendía nada».
Instantes después, los mismos manifestantes le brindaron auxilio a Jorge. «Me vendaron los dos ojos y después entre una multitud muy grande me trasladaron hacia una ambulancia porque tampoco dejaban entrar a las ambulancias los carabineros. Dentro de la ambulancia perdí la noción del tiempo. Desperté como a las 1 o 2 de la mañana en la Posta Central. Estaba mi mamá al lado, estaba llorando. Me veía la cara».
En el centro médico, se encontró frente a frente con una realidad que fue comunicada sin consideración alguna, incluso con la presencia de su madre en el lugar: «Yo no entendía nada todavía, no podía ver bien y en ese momento entró un doctor y me dijo que había perdido el ojo. Así de simple fue. Me dijo “No, tu ya perdiste el ojo”. Ahí fue más fuerte por el tema de ver a mi mamá llorando, no se pudo contener».
Junto a ella estaba su padre y su hermano. «Me dijeron que estaba mi familia afuera. Mi hermano no podía entrar a verme al otro día por la pena y por el miedo que tenía. Mi papá estaba a punto de descompensarse afuera de la posta», relata Jorge, emocionado.
La operación
El sábado habían ocurrido los hechos y para recién el día lunes Jorge pudo optar por una operación en la cual le sacaron todo lo que tenía de su ojo mutilado. Sumado a esto, sufrió fracturas en el pómulo. «Estuve en todo momento con mi ojo casi llegando a la mejilla», recuerda.
Relata que el apoyo de la Unidad de Traumas Oculares de la posta fue relevante y que su tratamiento se vio interrumpido producto de la pandemia: «Tuve un gran apoyo que fue la gente de la UTO, que fue la misma persona que me operó. Estuve con tratamiento psicológico, todavía sigo con terapia ocupacional. Tuvieron que suspender mi tratamiento psicológico por el tema del covid».
Las primeras secuelas
Ya todo era completamente distinto, Jorge tendría que aprender a caminar de nuevo, a comer de nuevo, a escribir de nuevo; a vivir de nuevo.
«Después de todo eso, hubo gran parte de la semana en la que no podía pararme de la cama. Estaba mareado. No podía ir al baño solo, tenía que acompañarme una enfermera. Después de una semana me pudieron dar el alta y en la casa lo mismo: no podía levantarme solo, tenía que irme apoyado en la pared. No podía siquiera hacerme una taza de café solo. No podía servirme agua caliente porque se me iba para el lado, no veía la profundidad de la taza. No podía agarrar las cosas», cuenta.
Estuvo durante un mes sin salir de su casa porque se mareaba al caminar y se estrellaba con las cosas. Jorge perdió el sentido de la profundidad, producto de la pérdida total de su ojo y el pronóstico no es claro: «Me dicen que esto nadie sabe cuánto se va a demorar en recuperar eso. Si es que se va a recuperar», afirma a LVDM.
No pude volver a trabajar
Jorge es electricista y hasta antes de este hecho era independiente.
«No pude volver a trabajar, perdí la pieza que arrendaba, tuve que volver a la casa de mi madre. Estuve sin trabajo todo este año, no encontraba trabajo me veían sin el ojo y si me ponía la prótesis me preguntaban también y si les decía ‘sabe que no veo nada por esta parte del ojo’, no me dejaban», cuenta sobre el tormento que ha significado intentar reintegrarse al ritmo que llevaba antes.
Una hija que necesitará entender qué pasó
Jorge Salvo tiene una hija a quien debe visitar y cuidar periódicamente. Su mente estaba puesta en ella el día que ocurrió el hecho: «Lloraba y pensaba en mi hija de un año y medio. Pensaba en que iban a ver a su papá sin ojo en el jardín. ¿Qué iban a decir sus amigos porque el papá no tiene ojo? Esos fueron los primeros pensamientos que tuve».
El reintentar volver a los cuidados y atenciones que le brindaba a su pequeña son parte de las secuelas que dejó la bomba lacrimógena percutada por un efectivo policial: «Al principio no le podía dar ni siquiera de comer. Tenía que pedirle ayuda a mi mamá que ella le diera de comer porque me daba miedo pasarle a llevar un diente. No le achuntaba en la boca, le pegaba en la mejilla. Al llevarla en brazos no la puedo tomar por el lado izquierdo porque choco con las paredes, choco con las puertas».
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No me veo a mí, transformaron mi cara
El impacto psicológico de este tipo de lesiones es devastador. Luego del dolor físico, viene el trauma y después el retorno a la nueva realidad, una para la que nadie está preparado.
«Yo me levanto en las mañanas, me lavo la cara y veo que no tiene ojo. Es una costumbre que hago día a día. Me pusieron una prótesis en la UTO, pero igual cuando no tengo la prótesis que es prácticamente idéntica al ojo derecho, me veo y no veo que soy yo. No me veo a mí. No es mi cara, transformaron mi cara. La amputaron».
Rehacer su vida con el 50% de su visión ha sido un camino de difícil andar, lo más básico se transformó en todo lo contrario: «He tenido que aprender a vivir de nuevo. Aprender a caminar, a ir a la feria, he tenido que empezar de a poco a hacerme una taza de café, poner la taza al lado. No puedo llegar y servir cualquier cosa tampoco. Simplemente agarrar el escobillón lo tengo que hacer tres veces porque no veo el escobillón, no calculo la profundidad porque es tan delgado que no alcanzo a afirmarlo altiro».
«Toda mi familia fue afectada, mi hermana no me podía ver o se ponía a llorar. Le daba pena verme, rabia e impotencia. Ellos vivieron 27 años con un hermano que veía bien, que hacia de todo y después de salir simplemente a manifestarse y exigir los derechos, verle toda su cara transformada distinta», cuenta Jorge.
La justicia y el Estado
Actualmente su caso se encuentra en una demanda realizada por el INDH, en la que se intenta obtener justicia. Por otra parte, «ningún órgano estatal me han contactado», dice enfático ante un Estado ausente respecto a una reparación a las víctimas de violaciones a DDHH.
«Se hicieron investigaciones y no hay ninguna evaluación, no hay nada, no hay como dar con el efectivo que disparó la escopeta lanza gases», relata desesperanzado Jorge.
No obstante, la labor de las organizaciones de la sociedad civil han sido fundamentales para el tratamiento de Carlos: «Tuve harto apoyo de la red de víctimas de apoyo al trauma ocular, Los Ojos de Chile. Ellos me aportaron muchos meses con cajas de mercadería y ayudaron enormemente al sustento de mi familia. Mi mamá es parvularia y mi papá hasta hace poco estuvo trabajando de radiotaxi así que los ingresos no son muy grandes. Me aportaron con mercadería, detergente, lavaloza», cuenta.
Que la gente no tenga miedo
A pesar de lo vivido por Jorge Salvo, no olvida el fin último de las manifestaciones populares surgidas el 18 de octubre de 2019. «Le dejaría un mensaje a la gran mayoría de la gente. Hay que hacer cambios de raíz y hay que hacerlos ahora ya, porque si no esto se va a volver a repetir, habrá 500 personas más con trauma ocular. Quinientas familias más llorando porque su hermano, su primo, su tío o su papá perdió un ojo. No se puede seguir así en la vida, no se pude seguir viviendo con miedo, no se puede decir sabi que voy a salir con esta pancarta y salir con miedo a que te disparen», concluye.