El mito del Gobierno es entendido como el norte estratégico. Cada Gobierno que asume crea su propio mito, es decir, cómo se proyectarán ante la ciudadanía, su carta de presentación; en el caso de Sebastián Piñera y su Gabinete correspondía a la mejora de la economía y la creación de puestos de empleos.
Sin embargo, para nadie es desconocido que este se derrumbó tras el 18 de octubre del año pasado, pues un alza tan habitual en el pasaje del transporte desencadenaría una crisis de la que recuperarse sería un milagro.
Miles de personas reunidas en Plaza Italia o Dignidad -como usted prefiera llamarla- reclamando por sus derechos, luchando por la desigualdad, exigiendo esa palabra tan ambigua que engloba todo, dignidad; en una primera instancia eran escolares saltando torniquetes, luego fueron miles de personas pidiendo una salud digna.
La situación avanzaba y las demandas se seguían sumando, llegó la petición de la renuncia de Piñera, y finalmente el cambio de Constitución. Un punto irreversible para cualquier Gobierno que se encontrara al mando.
El mito se destruía, salía el presidente pasado la medianoche a decretar Estado de Emergencia para Santiago y otras comunas, pensaban que eso sería suficiente, pero al despertar el sábado pudieron notar que eso fue una medida que solo demostraba su debilidad, pues ningún ciudadano tenía miedo, por el contrario, la rabia se desataba y nada la detenía.
Mientras todos los proyectos del Gobierno se estancaban, nos encontrábamos frente a una crisis. La comunicación sería su aleada, sin embargo, todo se destruiría con la pronunciación de tres palabras, “estamos en guerra”, guerra que ni imaginaban que perderían y el jaque vendría con el pacto para realizar un Plebiscito por una nueva Constitución.
Los meses pasaban, la situación se calmaba, pero todos pensábamos que en marzo se reactivaría, pero esto nunca sucedió. El Coronavirus empezó a ganar terreno, las cuarentenas dinámicas llegaron, la compra de ventiladores mecánicos y un salvavidas para el Gobierno.
La Pandemia les calló como anillo al dedo. Era su oportunidad de tener agenda por lo menos por un par de meses más, suerte la suya que a diciembre de 2020 la situación a nivel mundial aún no estaría controlada.
La creatividad llegó, se implementaron las cuarentenas dinámicas, eran la mejor solución decían, sin embargo, solo duraron hasta mayo, fecha a la cual la OMS ya había advertido sobre los peligros de este nuevo virus y las mejores estrategias para prevenir su contagio; surge la idea del Pasaporte de Inmunidad, que permitiría retomar las actividades laborales a aquellas personas que se recuperaran de Covid-19, aparece la OMS de nuevo, señalando que no se ha determinado una relación entre recuperación e inmunidad.
Todo esto sucedía mientras miles de personas perdían su empleo, cuando las filas afuera de las oficinas del Seguro de Cesantía eran de cuadras; la promesa se terminaba de desvanecer, el Gobierno estaba en aprietos, y eso se evidenciaba con los constantes cambios de Gabinetes.
Sin nada más que hacer, un Gobierno sin rumbo pierde el control de su barco, vemos a un presidente Piñera en la soledad, a Renovación Nacional fragmentada, vemos a un Gobierno que ya no lucha por imponer su agenda, sino más bien, juega al empate, como lo que sucedió con el segundo retiro del 10%; un Gobierno que no supo aprovechar la oportunidad que le brindo el Coronavirus para retomar el liderazgo, dejando al descubierto sus debilidades.
Actualmente nos encontramos frente a un Gobierno débil que no ha sabido recuperar su mito, que se encuentra en una crisis constante, que no sabe aprovechar la comunicación, que no supo escuchar a la ciudadanía y ahora paga los costos.
Un Gobierno sin rumbo que actúa frente a la situación que aparezca, ya que esta es su única salida, por que su capacidad de imponer su agenda es nula, solo debe navegar entre las olas esperando llegar a un puerto luego, y el único puerto a la vista es el término de su mandato en 2022, mientras que eso pase, seguirá navegando en medio de una tormenta en mar abierto, donde las olas lo “pimponean” de un lugar a otro.