Luego del acuerdo firmado por buena parte del parlamento la madrugada del viernes, urge ser claros en que esto sólo representa un primer paso en la lista de demandas del movimiento social.
A pesar de las acusaciones de traición de algunos aliados del Frente Amplio, Javiera Toro y Catalina Pérez, presidentas de Comunes y Revolución Democrática respectivamente, marcaron una diferencia sustancial entre sus pares esa noche. Para ellas, la lucha de estas cuatro semanas no terminaba con el acuerdo por una nueva constitución, ni mucho menos significaba un arreglo de impunidad política y penal por la brutal represión que en ese momento ocurría en las calles del país.
Lamentablemente, hoy el Gobierno y el Estado policial ha insistido en fomentar la violencia y la división entre la ciudadanía. Con la muerte de Abel Acuña y las encerronas de Carabineros a manifestantes en el lecho del Mapocho, no sólo se ha sepultado la oportunidad de revertir los abusos, sino además se clausuró la posibilidad de propiciar una salida rápida para el Gobierno en su ya deslegitimada posición. No seamos ingenuos, con o sin acuerdo, no será posible alcanzar la paz sin justicia social y sin reparación a las víctimas.
Como lo señalé en una columna anterior, nos encontramos en la cúspide de un conflicto que podía decantar en una salida institucional definitiva, o simplemente en la prolongación de un escenario donde la paz social sería difícil de alcanzar. Pero temo que equivoqué las alternativas, porque además de no ocurrir lo primero (el acuerdo sólo puede pretender ser una salida institucional a la crisis de legitimidad del sistema político), lo segundo se aleja cada vez más sin acciones concretas que respondan a cambios estructurales y que condenen la violación de los derechos humanos.
Reconozco que en tan solo 24 horas algunos pasamos de un panorama esperanzador a otro desolador, lo cual abre una reflexión sobre el último punto de esta columna: el derrotismo como fórmula de persistencia. Como vimos, firmado el acuerdo hubo quienes se mostraron entusiastas con la posibilidad de darse una asamblea constituyente, y otros que han sido pesimistas ante el convenio de un pacto que sólo busca estabilizar el poder.
Esta desconfianza por cierto que es entendible, sobre todo viniendo de una ciudadanía que poco o nada le cree a la clase política. Pero cuando el pesimismo lo expresan movimientos y partidos que son parte del sistema ¿qué los hace sentirse derrotados realmente? ¿Sólo es la forma en cómo acontecen los hechos frente al movimiento social? ¿O más bien se trata de un celo en la imposibilidad de sentirse representados? Sin duda no hay respuesta única, pues observamos diferencias en los términos que son legítimas, pero de ahí a excluirse de una asamblea constituyente ¿es lo esperable?
Finalmente, da la impresión que algunos sectores tanto de derecha y de izquierda se esfuerzan para que los avances se estanquen o queden a la deriva. Por un lado, tenemos un gobierno que se esmera en conseguir la paz social a punta de represión, y por el otro, una oposición que hace mella de su tradición al señalarse con el dedo por tal o cual traición. ¿Cómo creen que terminará esto? ¿Persiste la democracia? ¿O será que aún nos falta madurar políticamente para empujar procesos de transformación?
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