Armin Rosas: «El arpa es una extensión de mis sentimientos»

Vive en Maipú hace 25 años, cuando el barrio “Cuatro Poniente era puro campo” como dice él. Toca música en ferias libres y calles concurridas de la comuna, fue reclutado por el ejército para los últimos años del conflicto del Beagle en los 80 ‘s, trabajó en la fábrica Indura en Cerrillos por 22 años y su contrato terminó cuando sus dueños cambiaron. Ahí lo pilló el agresivo sistema laboral en donde el sueldo mínimo del 2013 llegaba apenas a los 200 mil pesos, ahí decidió dedicarse por completo a la música. En la calle recibe halagos de la gente, dice que a pesar de necesitar el dinero para vivir, lo que más lo motiva es la gratitud de sus oyentes.

Armin Rosas tiene 63 años, nació el 15 de diciembre del año 1957 en Osorno, ahí aprendió a tocar el arpa a los 16. Le enseñó un luthier llamado Pantaleón Cea Castillo, décadas después se volvieron a encontrar en Maipú, ahora como vecinos y el arpa de madera de cedro africano, un material liviano, con la que trabaja fue creada por su mismo mentor. Allá en su ciudad natal participaba del centro de difusión folclórica de la Radio Sago que aún funciona hasta ahora, tocaba en el conjunto musical y a veces bailaba cueca. A los 18 años, un día en una presentación en la Plaza de Osorno justo llegó la comisión del ejército que reclutaba jóvenes para ir a Porvenir, al extremo sur de Chile, en espera del conflicto que mantuvo un par de años a Chile y Argentina a punto de iniciar una guerra, al momento de presentarse en el cantón lo reconocieron inmediatamente por su show, “yo me acuerdo que estaba haciendo tercero medio y me llevaron igual estos bandidos para allá” cuenta.

La espera en el extremo sur

Estuvo en el recinto militar de la Isla Porvenir 2 años y 3 meses, entre 1977 y 1979 esperando el desenlace del conflicto. Cuenta 66 jóvenes de Osorno y lugares aledaños que no tuvieron opción, en plena dictadura, de oponerse a las fuerzas armadas y que a pesar de la tristeza del ambiente y el frío que opacaba más aún los ánimos pronto se hizo conocido entre sus compañeros por ser músico. “En la isla se hacían festivales de música y mis compañeros convencieron a los oficiales para hacerme participar” en uno de los eventos ganó el primer lugar, recibió un cheque y la figura de un indio patagón. También comenzó a crear conjuntos musicales con los jóvenes reclutados, “hacíamos circos, donde cada uno hacía un show” todo esto en espera a salir de ahí. Después cuando la cosa se puso más tensa con “nuestros queridos hermanos argentinos” como dice Rosas, esas actividades también servían para mejorar los ánimos. “La primera cosa que sentíamos era tristeza porque pensábamos que no íbamos a volver a casa” dice.

En el ejército se hace un trabajo psicológico para prepararte para la guerra “de pasar al temor que sentiste se pasaba al otro extremo, no hallabas la hora de pelear con alguien para poder terminar el tema”, durante ese tiempo vivieron distintas fases emocionales “en primera instancia lloramos porque pensábamos que no íbamos a ver a la familia, estar en ese lugar era que en cualquier minuto se encendía la chispa y no volvíamos más”. Eso lo vivió con compañeros que se siguen viendo, más que nada allá en Osorno, algunos han fallecido, otros también se fueron a vivir a Argentina, cuenta divertido por el absurdo, “hay un grupo de wsp donde conversamos”. A pesar del tiempo y el daño que pudo haber causado esa experiencia no hubo ninguna gratificación por parte del Estado chileno para ellos, “hay agrupaciones que están peleando ese tipo de cosas para ver si los gobiernos democráticos pueden darnos alguna indemnización por ese tiempo, pero hasta la fecha no ha pasado nada”.

El viaje a Santiago que cambió la vida de Armin Rosas

A los 20 años Armín viajó a Santiago acompañando a uno de sus tíos que era transportista. De camino a la capital compraron frutas y esto le trajo fiebre y un fuerte dolor de cabeza días después, su tía, dueña de la casa donde se alojó en ese momento en la Calle Brasil en Santiago Centro le aconsejó ir al médico el cual unas horas después le diagnosticó paratifo una enfermedad causada por haber ingerido frutas sin  lavar, “allá en el sur uno está acostumbrado a sacar las manzanas y limpiarlas a lo más con la ropa pero me dijeron que, en esos tiempos, de Talca para acá había que sí o sí lavarlas bien”. Con la enfermedad que un tiempo después se fue, Armín alargó su viaje y un día conversando con su tía, esta le ofreció quedarse en la ciudad a terminar sus estudios. “Yo puse las cosas en la balanza y dije ‘si me voy al sur voy a ser una carga más para la familia, si me quedo tengo la opción de trabajar y estudiar” cuenta.

“En Osorno no tenía opciones de nada, no había trabajo y en la fecha en que yo llegué no había opciones para poder estudiar de noche”, no le gustaba Santiago por lo grande y por el ruido, pero se quedó igual. Sacó la enseñanza media, tercero y cuarto, luego estudió electrónica automotriz, pero no ejerció, en cambio se dedicó a trabajar 10 años en Loncoleche, trabajó como jefe en la Feria Internacional de Santiago (FISA) como jefe de pabellones en el año 1986 y por último trabajó durante 22 años en Indura una fábrica de metalurgia en Cerrillos, gases y soldaduras, en donde se encargaba de fabricar el electrodo que sirve para soldar. 

En ese tiempo conoció a su actual pareja Lidia González con la que pololeó un año antes de casarse en 1986, tiene una hija de 32 años y uno de 30, los dos profesores. Tiene también 3 nietos por parte  de su hija mayor, dice que con ellos ahora entiende a los abuelos que les toca menos responsabilidad en la crianza y más regaloneo:  “Cada abuelo cree que sus nietos son una maravilla”. 

Armin Rozas y su arpa

“¿Qué hago ahora?”

En el 2013 la empresa Indura, donde trabajó tanto tiempo, fue comprada por una empresa Estadounidense, antes su dueño era Hernán Briones y cuando este falleció sus hijos la vendieron lo que provocó la desvinculación de varios empleados, entre ellos Armín. “La pregunta fue ‘¿Qué hago ahora?’ ahí tenía salud, isapre y sueldo, pero se terminó y quedamos sin nada” cuenta. A los 57 años intentó trabajar en dos empresas más, una imprenta y en un lugar donde arman medidores de agua, pero dice que pagaban muy poco, el sueldo mínimo en esos años alcanzaba por poco los 200 mil pesos. Un día sentado en el sillón del living de su casa miró el arpa que tiene ubicada en una esquina de la sala y que combina con el resto de la decoración, “¿Y si toco el arpa?” se preguntó, y su esposa le dijo “dele, total no pierde nada”. 

La primera presentación fue en la feria libre que se pone en la calle Gabriel González Videla en el sector de Cuatro Poniente dentro del puesto de un amigo dice que le pidió permiso para estar ahí adentro porque “los chilenos somos vergonzosos para hacer cosas, sobre todo uno que es sureño, cuesta expresarse”, pero al momento de tocar dice que se juntó mucha gente y que le pasaban dinero a su amigo para que se lo diera a él. Así comenzó a tocar en otros lugares, ferias libres, calles frecuentadas, “me metía al metro y me sacaban los guardias, me volvía a meter y de nuevo me echaban”. Iba a hacer eventos con su hijo, profesor de música, que toca guitarra y él iba con su arpa, y también estuvieron tocando dos años seguidos en San Antonio con Alameda, en el Hotel Galería que tiene unos Moai a la entrada, “el tercer año ya no quisimos ir porque se demoraban en pagarnos”. 

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En el 2016 se abrió el espacio Música a un Metro “mi esposa me grabó un video y me postuló”, no tenía expectativas de quedar porque pensó que había que tener un pituto y él no tenía a nadie conocido. Al mes lo llamaron a audicionar, “habían tres jurados, Claudio Narea, el de los prisioneros y dos profes, toqué mi tema y me fui a tocar a la calle”. Poco después lo llamaron porque había ganado un cupo. Tocó en esos espacios facilitados en distintas estaciones de Metro hasta el 2020, se llevaba bien con el personal de metro y era responsable con el horario de las presentaciones. Actualmente la actividad está parada por la pandemia “ojala la abran de nuevo porque tú podías ir todos los días y tocabas bajo techo, en cambio en la calle no salgo los días que llueve porque puedo mojarme y mojar el instrumento también”. 

Para el mundo de las artes la pandemia ha sido un golpe duro, para Armín, como se mueve en la calle apenas se levanta la cuarentena sale a tocar y dice que la gente te agradece esto. “Es grato escuchar a la gente que te dé las gracias por tu trabajo es impagable”. Cuenta que sus nietos de 6, 5 y 3 años  “saben que el tata trabaja tocando el arpa, ellos saben que es un trabajo”, destaca que cuando comenzó a trabajar en la calle gente que conoce le decía: “¿Y aún no encuentra trabajo?”, a lo que él siempre respondió: “Sabe qué amigo, este es mi trabajo”. Se considera que el trabajo es un lugar con horario fijo y Armín dice que el suyo es más libre, “salgo de acá sin poner reloj en la mañana y no tengo ese peso de que el jefe me va a decir algo”. 

“En la calle tienes el privilegio de poder conversar con la gente”, dice que muchas personas mayores se le acercan porque les trae recuerdos de sus antepasados que tocaban el arpa, “me piden canciones y ellos disfrutan lo que les estoy tocando” dice. “El trabajo mío no tiene precio, si bien es cierto que yo vivo de este trabajo y tengo que pagar las cuentas, esas anécdotas son maravillosas”. Cuenta que muchas veces se ha emocionado y ha llorado tocando el arpa “porque no solamente estás tocando sino que estás entregando, expresando lo que sientes” cuenta. “El Arpa es una extensión de mis sentimientos”, dice que eso es lo que lo motiva a levantarse en las mañanas, independiente de que necesite el dinero. “Cualquiera que viva del arte puede decirte lo mismo que te estoy diciendo” dice con cierta razón y emoción.

Sigue la carrera de Armín Rosas en su cuenta de Instagram @arminrosas.arpista

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Julie Arredondo

Practico el periodismo desde un enfoque de género y derechos humanos. Adicta al café y a las redes sociales, un alma viajera que siempre vuelve a su casa en Maipú.

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