El sábado 19 de febrero se realizó una caminata nocturna por la Quebrada de la Plata organizada por la Municipalidad de Maipú en conjunto con la Universidad de Chile. Asistieron alrededor de 50 personas. Fue una visita guiada que dejó aprendizajes acerca de la flora y fauna del lugar. La instancia también sirvió para hacer una observación del cielo: un astrónomo contó el origen de las constelaciones a partir de relatos griegos. Este sábado 26 de febrero se realizará otra caminata nocturna en la Quebrada de la Plata.
Unas 50 personas agrupadas en la explanada de la Quebrada de la Plata esperan las primeras instrucciones. Son las 19:16. Reunidos en círculo, comienza la presentación: cada asistente hablará de sí mismo. La primera en hablar es una adulta mayor. Silvia es su nombre y es vecina de Maipú. Su voz calma se pierde entre el soplo del viento y el ruido de un dron que sobrevuela las cabezas.
El dron pertenece al Santuario de la Naturaleza Quebrada de la Plata. Son tres personas que toman registros con cámaras y luego las publican en Instagram. Hay otro dron. Pertenece a Ariel Moreira, vocero de la Organización Ambientalista Defensa de la Quebrada de la Plata.
El círculo da la vuelta y la palabra llega hasta dos mujeres de la organización. Más que presentarse, presentan el trabajo que han hecho durante años. También cuentan historias sobre la quebrada. Las personas prestan atención mientras reciben un papel informativo elaborado por integrantes de la organización.
Dos motoristas corren veloces cuesta arriba. Ya han pasado siete minutos desde el inicio de la presentación. Personal de Seguridad de la municipalidad sigue velozmente a las motos. Diez minutos más tarde, baja la camioneta municipal. El conductor informa que los dos motoristas fueron expulsados.
A las 19:50 comienza el movimiento que da inicio a la caminata. Sergio Naranjo, educador ambiental de la municipalidad, es quien organizó la actividad. Guiados por él, las cerca de 50 personas se dividen en tres grupos y comienzan a caminar. Siete personas de la guardia municipal resguardan a los grupos que son guiados por estudiantes de la Universidad de Chile. Entre ellos hay un astrónomo. La observación del cielo nocturno concentra el atractivo de la jornada.
Aún no oscurece. Mientras, el último grupo se acerca a los estudiantes para observar el Guayacán, un árbol con hojas de curiosa textura que sirve de refugio para el ratón cola de pincel o degú, un roedor endémico de Chile.
Benjamín Maldonado, uno de los estudiantes, cuenta que los guayacanes son árboles que se pueden encontrar fácilmente, aunque de manera aislada, en la zona centro de Chile. En la quebrada hay un bosque de guayacanes que es muy denso para el común de las poblaciones de guayacán que se pueden ver en la zona central, dice.
Subiendo por los espinos, el cerro comienza a mostrar los surcos producidos por las ruedas de motocicletas que abren senderos arbitrarios. La sequedad de la tierra y el estado de los árboles no hacen honor al santuario. Cuesta imaginar que allí, donde ahora se acerca un motociclista que mira confundido, se aloja un 1 por ciento de la biodiversidad de todo el planeta.
El motorista intenta volver por donde llegó, pero su moto se apaga. Se baja de ella y se orilla para ponerse de espalda a los asistentes. Con señas de mano le indica a su compañero de ruedas que baje por el sendero y se acerque a él, pero no le hizo caso.
Una representante de la organización ambientalista se acerca al motorista. Luego llega una trabajadora de Seguridad. Habla la integrante de la organización. El motorista agradece la información. Otra integrante de la organización le explica las cualidades del santuario. El motorista agradece nuevamente. No hay malos tratos. Son las 20:30.
Junto a los espinos se alojan galerías subterráneas que pueden alcanzar los 300 metros de longitud. Estas cavidades son obra de los cururos, otro roedor endémico de Chile.
Las “curureras” se identifican en la superficie por los montículos de tierra que forman los animales, cuyo medio de comunicación se basa en sonidos que resuenan en los túneles. Pisar los montículos puede provocar una torcedura de pie o generar un derrumbe y estropear las casas de los cururos. Hay un número considerable de montículos.
La caminata sigue cerro arriba. El grupo de personas se abre ante el rugido de dos motocicletas. Son los mismos hombres que entraron al inicio de la actividad. De nuevo, dos integrantes de la Organización Ambientalista Defensa de la Quebrada de la Plata dialogan con los motociclistas.
Deben pedirles que apaguen los motores para poder hablar. Se suma una persona de Seguridad. Les advierten las multas y penas que pueden llegar a sufrir si continúan desobedeciendo las instrucciones. Sus motocicletas y sus equipos son, a simple vista, los más costosos de la jornada. La pareja se va serpenteando y la caminata sigue. A estas alturas, el grupo se ha ido dispersando por causa de las interrupciones de motoristas. Ahora pareciera que el tercer grupo se ha subdividido.
La quebrada alberga el origen de la evolución
El valor de la quebrada no se mide con una observación superficial. Unas rocas grises con edad de piedra albergan millones de años de historia. Faltan diez minutos para las nueve de la noche. El cielo ha tomado un color azul como de océano que en algunas partes se torna violeta.
Los ojos miran estupefactos al Liquen, una asociación entre un hongo y un alga. Es parte de una de las primeras especies que comenzaron a aparecer durante el periodo de la evolución, en tiempos del Pérmico/Triásico, hace unos 190-280 millones de años. Su apariencia es como la del musgo, pero de un verde más claro y acuoso. Es, en realidad, más similar a los restos minerales que quedan pegados en las rocas.
Ahora hay un niño que moja un musgo adherido en una roca. Bajo la lupa el musgo luce como un microbosque habitado por una cantidad incalculable de especies. El agua produce un efecto en su color, que se torna más verde y vivo, y al mismo tiempo lo hace abrirse como una flor.
En la roca de al lado el Liquen parece observar la actividad con la paciencia que dan los siglos de existencia. Quién podría pensar que en una roca alojada en un cerro de Maipú se encontraría parte del origen de la evolución.
La caminata sigue como una peregrinación por los cerros de la quebrada. Desde arriba solo se distinguen las personas por las linternas que llevan puestas en sus cabezas. Ya ha oscurecido.
El último destino es el mirador. En esta parte de la quebrada se tiene una perspectiva panorámica: está el cerro que da hacia el sur y el cerro que da hacia el norte. El cielo cubre la Tierra como un manto negro y estrellado. Está todo dispuesto para la observación astronómica. La carencia de luz artificial es ventajosa.
Las constelaciones vibran en lo alto. El astrónomo cuenta un relato griego acerca de cómo surgieron estos grupos de estrellas que sirven de orientación. Orión peleó con una serpiente acompañado de su mascota: el Can Mayor. Esta constelación guarda la estrella más brillante del cielo nocturno, Sirio.
Más allá está la Cruz del Sur, que sirve de guía en caso de que alguien se pierda en la noche. La Cruz del Sur apunta hacia el Polo Sur Celeste. Todos estiran sus dedos índice y meñique hacia dos estrellas y los giran dos veces en sentido horario. De esa manera identifican el Polo Sur Celeste. Cristóbal Colón empleó ese método para llegar a las Indias, pero dio con este continente rico y azotado. Todas las estrellas en el cielo siguen un mismo camino. Ese camino es la vía láctea en la que habita el mundo.
Observados por un perro, una serpiente y un cazador, los asistentes descienden por el cerro. Son casi las diez de la noche y el cielo guarda una oscuridad profunda que hace a algunos dar tumbos. Los grupos se han dispersado completamente. Una ambulancia aguarda en un punto fijo de la quebrada.
A medida que se acerca la planicie, van tomando presencia las luces de la ciudad como un oasis artificial que contrasta con la plena oscuridad del cerro. Es una sabrosa yuxtaposición. Las luces titilan como las estrellas y su semejanza revela aún más sus diferencias. Alguien reclama por lo espantoso de las luces de la ciudad. Son rojas y amarillas, pero sobre todo rojas.
El viento ha sido un compañero constante en esta caminata. De nuevo en la explanada, se reúne el círculo humano para dar palabras de cierre. Son las 22:30. Algunos suben a sus vehículos. El bus marcha de los últimos. Los trabajadores de Seguridad se quedan en la camioneta.
La conducción es casi mística entre estos cerros de historias incalculables. El polvo, los perros, los trajes de camuflaje de los militares, un fusil que asoma su punta en un destello de luz, la quebrada, todo eso queda atrás esperando una próxima visita. Cuando la humanidad haya cumplido su ciclo, ¿quedará ese Liquen respirando roca y viento?
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