Durante el domingo 21 de junio se realizó el funeral del ex arzobispo de La Serena y tío del presidente de la República, Bernardino Piñera. A dicho evento fúnebre asistieron 31 personas, en circunstancias que 10 era el máximo establecido legalmente en la coyuntura actual.
A un mes de ese polémico evento, es sumamente relevante recordar las palabras de Herman Chadwick Piñera, organizador del entierro, al medio La Tercera. En dicha conversación al ser consultado por la decena de músicos trabajadores que asistieron a dichas exequias, afirmó desvergonzadamente «ellos no cuentan».
Desde la perspectiva de esta columna, esas breves tres palabras implican un sinceramiento brutal sobre cómo ve la élite chilena a la clase trabajadora.
«Ellos no cuentan» no fue un desliz incidental, sino que implica un recordatorio del principio rector de la vida en sociedad durante los dos siglos de vida independiente del supuesto «oasis» de América Latina.
Ya lo decía a finales del siglo XIX el aristócrata y parlamentario chileno, Eliodoro Matte:
«Los dueños de Chile somos nosotros,
los dueños del capital y del suelo.
Lo demás es masa influenciable y vendible;
ella no pesa ni como opinión ni como prestigio»
Necropolítica es un concepto acuñado por el intelectual contemporáneo Achille Mbembe para referirse a los regímenes políticos en los que, para el poder, la vida de las personas no vale lo mismo. Es decir, donde unas vidas humanas importan y otras no. Una ética política que implica una repugnante discriminación, el jefe de Estado respectivo delira con ser algo así como Hades, Dios que en la mitología griega decidía quién moría y quién no.
Esa misma ética que inspiró los campos de concentración nazi y el apartheid sudafricano, ha sido la ética política imperante en Chile desde sus albores mismos. Sin embargo, hasta antes de la pandemia era menos evidente. Estaba solapada con convenientes tintes de pseudo humanidad civilizatoria.
El coronavirus puso de manifiesto que no todos los chilenos cuentan y que no todas las vidas valen.
No cuentan las 7000 familias que no pudieron despedir a sus seres queridos durante la emergencia sanitaria. Importa que su «excelencia» sí pudo y que tuvo la oportunidad de mirar el rostro del hermano de su padre por última vez.
No cuentan los choferes de la subsecretaria Daza ni del subsecretario Zúñiga, que se contagiaron debido a que esas autoridades no respetaron la cuarentena. Lo que sí cuenta es que el gabinete pudo llegar sano y cómodo a sus cordilleranos hogares.
No cuentan quienes llevan meses pasando hambre. Dan lo mismo. Lo importante es que en el palacio de gobierno sobra el caviar de salmón y el paté de jabalí.
No cuentan los dos millones y medio de personas de Santiago que se siguen movilizando diariamente en transporte público hacia sus trabajos apretados como «sardinas», y que tienen que elegir entre contagiarse o pasar hambre. Afortunadamente, la economía sigue funcionando.
La copia feliz del Edén se ha convertido en el infierno terrenal para la mayoría trabajadora de Chile durante la pandemia. Deudas, desahucios habitacionales, embargos y muerte es el castigo por el “pecado” de ser pobres en esta emergencia sanitaria.
¿Puede ser más perverso el necrogobierno? Por supuesto que sí. De hecho, con el último cambio de gabinete queda claro que lo será.
Ya han llegado los actores que endurecerán las condiciones institucionales que fuerzan a las personas a tener que ir a trabajar para poder sobrevivir. Además, esta vez no serán los solo tres quintos de la fuerza de trabajo de la Región Metropolitana quienes no tendrán elección: se esmerarán para que sea un retorno a la “normalidad” casi total, a lo que el Minsal bautizó como “Modo Covid”, el domingo antepasado.
Son tres al igual que los jueces del inframundo: Andrés Allamand, Víctor Pérez y Cristián Monckeberg interpretarán el papel de Minos, Radamanthys y Aiacos en esta tragedia griega titulada «Plan de desconfinamiento».
Férreos de espíritu y despiadados en su quehacer, han venido a instalar la voluntad del delirante Necrodios Piñera y a defenderlo con todo el poder que presumen tener. ¡Basta de rodeos!
¿Masacre por rebrote de Coronavirus? ¡Basta de rodeos! ¡No importa! Si falla volvemos atrás. Las muertes no importan porque nosotros somos sus jueces y nuestro veredicto confirma que ustedes no cuentan ni nunca han contado. Sus vidas no les pertenecen: integran la clase trabajadora de este país y han sido condenados a sufrir agónicamente, como las almas del purgatorio, a transitar entre el precipicio de la vida y la muerte, sobre una cuerda inconmensurablemente difusa. Solo por vivir. Solo por nacer. Solo por existir. Solo por ser pobres.