En televisión abierta se mostraba, en pleno estallido social, varios grupos con el inconfundible y destacado “chaleco amarillo”.
Días antes, un profesor polaco llamado Mateusz Maj, había sido asesinado por su propio suegro en el mismo barrio de Maipú.
Habían pasado unos días desde aquel viernes 18 de octubre, fecha que se paralizó el transporte público, y que el exministro del Interior invocó la Ley de Seguridad del Estado.
Eran cerca de las 9 de la noche en la comuna de Maipú. En televisión abierta se mostraba, en pleno estallido social, varios grupos con el inconfundible y destacado “chaleco amarillo”.
Al comienzo, como se relató en diferentes oportunidades, el fin era organizarse para detener las olas de saqueos que afectaron a los mismos vecinos de los sectores involucrados. Sin embargo, muchas veces, las acciones se descarrilaron en más violencia y más delincuencia de parte de aquellos que quisieron hacer justicia con sus propias manos.
Donde vivo, había una sensación de inquietud, se había creado una necesidad por comunicarse con el de al lado, el del frente y el de atrás. Vecinos que viven a menos de 50 metros desde hace más de 20 años, por primera vez, interactuaron.
Se había originado el primer grupo de whatsapp de los vecinos que estaban más cerca. Y por lo que averigüé más tarde, también había ocurrido el mismo fenómeno vecinal en los sectores aledaños.
Mi mamá, integrada a ese grupo, recibió el siguiente mensaje: <<A la noche bajarán del cerro —haciendo referencia al sector Los Presidentes (cerca del Pajonal) — y van a asaltar todas las casas>>. Un conjunto de 12 palabras sin evidencias, con un emisor desconocido, pero con una emocionalidad tan fuerte que logró despertar un sentido de alerta en todos los habitantes de la zona próxima.
Esa misma noche, vecinos se reunieron en una plaza a pasos de mi casa, en la que acordaron vigilar con palos, incluso, armas de fuego, los pasajes y calles. Parecía que ese malintencionado mensaje fue la chispa para desatar un sentimiento militar en algunos y nacional en otros.
Era un hecho, fijaron turnos y reuniones cada ciertas horas. Veía pasar vecinos al frente de mi casa, escuchaba gritos, risas, se percibía la adrenalina.
En la madrugada de esa noche, vecinos corrieron en una misma dirección por mi pasaje, gritando y persiguiendo a <<alguien>>. Mientras que el grupo de WhatsApp confirmaba que había un sospechoso cerca de una casa. A pesar del clamor indescifrable, no supimos nada hasta el otro día.
Eran las ocho de la tarde del día siguiente y decidí ir a la reunión convocada por el mismo pelotón de vecinos. El mensaje era claro, necesitaban personal para turnarse todas las siguientes noches. Al finalizar el discurso del aparentemente líder, pregunto sobre lo acontecido en la madrugada y si era efectivo que había alguien intentando entrar a una casa -información que fue añadida horas antes-. Me responden que no, que todo fue una confusión, a lo que vuelvo a preguntar si entonces no había existido ningún hecho de peligro o atentado a la integridad de los vecinos. Nuevamente la respuesta fue que no me preocupara porque no había ocurrido nada.
Pero, en realidad, sí había ocurrido algo. Esa misma noche, en las casas que estaban mucho más cerca del <<cerro>>, un vecino vio bajar a un desconocido de aquel temible lugar, a lo que desenfundó un arma y le disparó con un balín de acero. El desconocido resultó ser un vecino del mismo sector que se protegía del “posible lumpen organizado”.
Días antes, un profesor polaco llamado Mateusz Maj, había sido asesinado por su propio suegro en el mismo barrio de Maipú. El suegro, un funcionario en retiro del Ejército, salió a detener los saqueos con un arma de fuego, tras un confuso forcejeo, el resultado fue la muerte de la pareja de su hija.
Vecinos desconocieron a sus propios vecinos, se confundieron entre ellos mismos, porque al parecer no habían muchas evidencias de ser distintos. Los días posteriores a estos hechos, no ocurrió nada, no hubo una estampida corriendo de un cerro para atacar a otras personas.
Las noticias falsas aparecen en el momento más vulnerable emocionalmente, se posicionan con facilidad, sirven para respaldar una decisión, establecer un discurso, aprobar una ley, generar miedo, controlar sociedades, dividir y resaltar sentimientos violentos, extremos e irracionales.
La euforia de los chalecos amarillos, junto a una seguidilla de noticias falsas, desencadenaron hechos innecesarios que incluso terminaron con vidas.
La información falsa se ataca no solo con ignorarla, sino con abundancia de información que refute aquellos datos que están en tela de juicio. Para ello, es necesario ir al origen, evidencia, expertos, etc. Y sobre todo, dudar en el pánico y en el temor de un mensaje apocalíptico.
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