Crónica: El Hospital el Carmen de Maipú en primera persona

Es martes 17 de junio y quien escribe estas líneas lleva ya varios días con una tos que no parece querer desaparecer. A ello debemos sumarle algunos episodios de fiebre y una sensación de falta de aire al respirar. Sin ir más lejos el lunes 16 permanecí buena parte del día acostado, afiebrado y con un dolor de cabeza constante. Sin embargo lo que me irá hacer ir al Hospital El Carmen de Maipú, es otra cosa.

De pronto un estornudo feroz hace que la parte izquierda de mi sector “costal” duela de forma aparatosa. Grité y luego de ello, cada tos, por pequeña que fuera, hacía que el dolor recrudeciera.

Ante ese panorama, no me la pensé dos veces. Al Hospital El Carmen son los pasajes, me dije. Por un lado recibiría atención médica –necesaria dado el dolor- por el otro, podría desde el anonimato, ver que tal funciona el “elefante blanco”.

Ubicado en Camino a Rinconada, logré llegar a él de forma rápida. Me estacioné en el frontis de urgencia e hice rápido ingreso al lugar. En una especie de recepción, saqué el clásico número para el turno. Estaban atendiendo al 84 y yo tenía el 87. Así que me senté. Rápidamente pasamos al 85 y la persona fue ingresada con éxito. El número no avanzaba, a pesar que nadie estaba siendo fichado para ingresar. Pasaron 5 minutos y me paré a preguntar

–       Disculpe, tengo el 87 y nadie me ha llamado

–       Ah, señor es que no vimos a nadie y desde acá no tenemos vista directa a los que están sentados. Hemos pedido harto que nos instalen visor. Pero dígame ¿qué necesita?

La funcionaria es amable y tras pasarle mi carnet de identidad me toma los datos. Me dice que su compañera me dará mi pulsera que me acredita como paciente. Así que me ubico al costado. El sistema, me dice la compañera “se cae”, pero en unos minutos tengo colocada la pulsera que me acredita como pasajero ¿o paciente? Del Hospital El Carmen de Maipú.

Grande es mi sorpresa cuando, nada más instalada la pulsera, me dicen que debo hacer ingreso. Sin esperas y demoras. Voy entusiasmado, incrédulo de la rapidez exhibida.

Grande es mi sorpresa cuando, nada más instalada la pulsera, me dicen que debo hacer ingreso. Sin esperas y demoras. Voy entusiasmado, incrédulo de la rapidez exhibida. Llego donde una enfermera que rápidamente me toma la temperatura, presión y otros datos. Me los da anotados en un papel y paso a una sala donde otra enfermera me pregunta qué me pasa. Le cuento mis dolores y ella me cataloga. De reojo veo que me pone como C4 leve, eso quiere decir que mi caso, técnicamente “vale hongo”. A nadie parece importarle que en cada tos, me duela la costilla. Deben haber otros en peor estado que yo. Sigo avanzando en el Hospital.

Y llego a lo que me temía una inmensa sala con gente esperando. Algunos duermen y me entero que esa es la sala de espera. Parece ser que esto está diseñado para dar un golpe de efecto. Las esperas ya no son públicas, sino que están dentro del recinto. De pronto una enfermera o similar, aparece con varias fichas. No puedo evitar ilusionarme, lee uno a uno con cierta sorna distintos apellidos. Todos son C4 o C5 que, quejumbrosos van entrando. Mi apellido no suena. Así que me resigno a ver la televisión LG con imágenes del mundial.

La espera es larga, y aburrida
Así son las salas de esperas del HEC

El tiempo pasa y nadie llama. Lo único que veo es cómo lentamente, aquellos que entraron con el primer llamado, van saliendo de forma lenta, a pasos cansinos. La mayoría se toca una nalga, y comenta que deberán ponerse hielo.

Los ánimos se van caldeando. Al lado mío una vecina está desde las 19 hrs esperando. YO he tenido más suerte, y apenas completo una hora de espera. Sin embargo no hay patria. Las guardias de la empresa EULÉN LTDA, parecen no tener mucho tino. Ríen a carcajadas, cerrando el paso en aquella puerta que separa a quienes están siendo atendidos, de aquellos que sueñan con serlo.

A mi me duele mucho, pero trato de no quejarme. Una asistente le intenta poner una mascarilla a un hombre, pues le dice que debe pensar en el resto. El tipo se niega y todo queda en nada. Yo intento no pensar en qué bicho puede tener el tipo que tose dos filas atrás de mi espera, a esa hora, cada vez más tensa.

De pronto la enfermera sale con las fichas y comienza el cántico de apellidos que separará a enfermos en stand by, de aquellos que comenzarán a mejorar. Mi apellido suena y me levanto con aires triunfadores. ¡Por fin seré atendido!. Pero vuelvo a decaer cuando llego a una nueva sala de espera. Los quejidos crecen y las risas del personal son tomadas a mal por la gente que lo único que quiere es ser atendida. La señora de las 19hrs dice “y hacen vida social los huevones” y su crítica, encuentra eco en otra vecina que dice que el Hospital es un fraude. Que ella igual debe pagar y que por un poco más de plata se atiende bien en otros lados. En ese minuto, lo reconozco, estoy más preocupado de mi dolor, que de esta crónica.

La señora de las 19hrs dice “y hacen vida social los huevones” y su crítica, encuentra eco en otra vecina que dice que el Hospital es un fraude. Que ella igual debe pagar y que por un poco más de plata se atiende bien en otros lados. En ese minuto, lo reconozco, estoy más preocupado de mi dolor, que de esta crónica.

El doctor Eduardo Álvarez Salazar me hace pasar a su consulta. Me pregunta que tengo y le explico lo que ya he explicado tres o cuatro veces. Le hago hincapié en que lo que más me molesta es el dolor en las costillas. Me hace abrir la boca, me pide me levante la camisa y coloca su estetoscopio para realizar la auscultación. Lo hago y me viene una tos, me quejo de mi costilla, pero nada parece importarle al galeno.

Me dice que lo mío es bronquitis aguda, le menciono lo de mi costilla pero él repite un mantra. Me dice que me dará remedios y que me inyectará algo. Me niego a esto último, pues vi como salen los inyectados. Y porque esperaba un poco más de creatividad en el galeno. Esperé por horas, para que en 5 minutos el doctor me diagnosticará lo que me diagnosticó y que me diera una solución para mis dolores. Nada de eso: salbutamol y nastizol y para la casa.

Salí indignado. Mi pareja me esperaba afuera, dormitando. “Te has demorado mucho”, me dijo y yo le hago una mueca.

–       Vámonos de este seudo hospital, le digo todo enchuchado, mientras le narro mi historia.

–       Es que este Hospital es muy malo, me dice ella

La historia termina con $2.200 pesos que debo pagar por estacionarme. Y acá estoy, acostado de lado, escribiendo y con una tos que de vez en cuando me hace recordar todo el tiempo que perdí en el Hospital el Carmen… y lo mucho que me duele mi costilla.

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Nicolás Aravena

Fundé La Voz a los 21 años. Dicen que escribo bien, me apasiona la política, fotografía y entender el mundo que habitamos. Dejé de fumar hace poco, hago chistes malos y bailo pésimo

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