Priscilla Vivanco tiene 38 años y es de la Villa La Hacienda de Maipú. Logró comprar su casa gracias a un subsidio y un crédito hipotecario hace cuatro años. Vive junto a Luis, su pareja y sus hijos Bastián y Génesis.
El giro en sus vidas ha sido abrupto. “Hace seis meses atrás teníamos otra vida. Otro pasar. Vivíamos bien y nos alcanzaba, endeudados pero alcanzaba.Trabajábamos los dos”.
Después del estallido social ambos quedaron cesantes, ella es técnico jurídico y él maestro pintor a contrata. Los currículums de Priscilla no tienen respuesta hasta el día de hoy y las obras en las que Luis puede trabajar están totalmente detenidas.
El tiempo avanzó y las calillas también. El dividendo de 150 mil, los cuatro meses de agua más los cuatro de luz, el gas y la comida diaria. “Ya son varios meses en que no tenemos ingresos, un par de meses en que no hay nada. No hay absolutamente nada”, dice Priscilla, en su living, firme pero con su mirada apuntando a la pared, con un foco claro, pero que no tiene un espacio donde apuntar.
“Imagínate qué se siente vivir con el miedo de que no tienes para comer y que no tienes para pagar, para que no te quiten tu casa. Es una amenaza constante y ¿dónde vas? ¿Dónde realmente vas? ¿Quién te escucha?”.
“A nosotros por ser clase media, por tener casa por tener auto por tener un título técnico nos castigan, nos tienen abandonados. No hay una ayuda social. La clase media y la media baja están endeudadas y creo no ser la única persona en este mismo caso, con miedo de que te vengan a notificar que perderás tu casa”.
La voz de Priscilla Vivanco no se quiebra mientras está con sus dos hijos al frente. No puede derrumbarse, porque si cae ella caen todos.
Escribió a La Voz de Maipú para contar su historia: El presente de una familia de clase media que producto de la cesantía y las deudas observa todos los días el abismo, sin saber qué echarle a la olla al otro día, con meses de deuda de servicios básicos y dividendos que amenazan el remate de su hogar.
Una mujer que salió a buscar ayuda, cuando todo se cae a pedazos, una valiente que tuvo que perder el pudor, la vergüenza y el miedo, que está dispuesta a vender lo poco y nada que le queda en su casa para no perder lo único que heredarán sus hijos.
“Tuvimos que vender todo para frenar la demanda del banco. Yo tenía un crédito en el banco BCI y desde que dejé de trabajar no lo pude seguir cancelando. Entonces el banco me demandó y me notificó, y para yo poder repactar tenía que tener 660 mil pesos. Tuvimos que vender todo. La tele, los teléfonos, todo. Para poder juntar la plata. De seis millones me subió a casi doce millones por el interés del CAE. Tuvimos que vender todo para frenar la demanda del banco. Entre rifa y rifa he tenido para pagar dividendos”.
Así como avanza la angustia de no poder laburar, avanza la amenaza de remate de la vivienda por parte del banco. De mirarse todos los días preguntándose entre ellos qué pasaría, tratando de que la situación no repercutiera en sus hijos, llegaron a la feria, a ofertar por internet sus enseres y hacer rifas, en las que los premios han sido plata del mismo sorteo, porque no hay ningún producto para ofrecer.
Lograron repactar la deuda por 84 cuotas de 130 mil pesos que parten el próximo cinco de agosto, pero antes tienen que terminar las cuatro cuotas vencidas de 150 mil que tienen.
Los nudillos de Priscilla están gastados de tocar tantas puertas. Desde el presidente y la primera dama, hasta la Municipalidad, que debería haberse pronunciado respecto al tema de acuerdo a la respuesta emanada desde el Estado, según cuenta:
“Llevo un mes y medio enviando correos a la Municipalidad, y no hay respuesta. Fui a pedir una caja de mercadería porque ya no me da para mantener la casa y me dieron hora para julio, para julio, para julio… De hecho en uno de mis correos yo le pedí a la alcaldesa que me escuche, le pedí hasta trabajo en lo que sea y nada”.
“Uno tiene que moverse de alguna manera, pero si tu sales a la calle a vender te pueden sacar un parte, pero uno tiene que comer, uno tiene que vivir”, dice mientras se encoge de hombros.
Ver como todo se derrumba sin poder quebrarse
Las consecuencias psicológicas de la crisis que vive Priscilla y su familia han repercutido en cada uno. “Estar encerrado, estar sin trabajo y no tener opciones es desesperante.Trato de darme ánimo, trato de no llorar. No puedo quebrarme porque o si no se va a quebrar todo”.
Las crisis de pánico que sufre Bastián han sido producidas por un ambiente de incertidumbre y de miedo. “Con el niño tuve que pedir ayuda psicológica en el colegio. Empezó con crisis de pánico, él ha visto y ha escuchado que vamos a perder la casa, que nos van a venir a embargar, aunque lo tengas encerrado en la pieza escucha igual. Y eso a le empezó a afectar mucho”, comenta Priscilla.
Como pareja han intentado mantenerse en pie, pero no siempre les resulta dice Priscilla: “Tratamos de no quebrarnos pero llega un momento en que no se puede. A mí me dan crisis de pánico, jaquecas, dolores de cabeza, dolores de estómago, ando tensa y discuto más; todo lo que conlleva lo que estamos viviendo”, síntomas que se suman a su condición crónica de diabética insulinodependiente, y agrega que «me piden cuarentena y la cumplo al ser paciente de alto riesgo, pero debo comer y pagar, si no voy a terminar en la calle».
¿Clase media?
“Pertenecemos a una clase media que no tiene lógica. Puedes optar por un crédito hipotecario, por una cuenta corriente, pero ¿en qué nivel te sube el pelo optar por esto? Si lo único que ocurre es que te catalogan en una situación económica que no tienes”, dice Priscilla.
El 61,3% de los vecinos en Maipú pertenece al grupo socioeconómico C3 (medio) y D (medio bajo), que se caracteriza por reunir a hogares con un ingreso entre $562.000 y $899.000, con trabajos que mayoritariamente requieren educación formal (hasta cuarto medio) o técnica/profesional, según Adimark.
Si uno o los dos proveedores de la casa pierden su trabajo, la calidad de vida y la realidad cambia drásticamente, tal como lo relata Priscilla, mientras recuerda los viejos tiempos: “El otro día teníamos un par de lucas, teníamos tres lucas, y mi marido sale del baño y me dice no sabes cuánto anhelo un jabón. Esas cosas te llevan a pensar que en algún momento cuando tuviste comprabas no más po. Todo esto me ha llevado a mí a tener que pararme, a tener que darme ánimo”.
El no poder salir de la casa a buscar un trabajo, sumado a la escasez en la oferta de estos mismos, producto de la pandemia, evidencian un panorama que no mejorará dentro de los próximos meses.
El Instituto Nacional de Estadísticas informó que el desempleo llegó al 9% en el trimestre móvil de febrero-abril y el ministro de Economía Lucas Palacios dijo que incluso en el futuro podría alcanzar un nivel acumulado de un 18%.
La historia de esta vecina de Maipú refleja una realidad de la que poco se habla. De los que pudieron acceder a bienes, pero a costa de pactaciones a años, de una clase media que no es contemplada por el Estado y que hoy peligra.
Priscilla reconoce que hay personas que están peor: “Yo sé que hay mucha gente que está peor que yo, gente que está en la calle y que a lo mejor anhelaría dormir en una cama, pero ahí vamos a ir a parar todos si es que no se actúa”.
“Prefiero vender todo a que quedar sin techo. A lo mejor el día de mañana nos paramos y salimos de todo esto y se pueden volver a comprar, pero el techo que tengo mis hijos no lo van a poder recuperar”.
Nota del redactor: queremos agradecer a Priscilla por confiar en La Voz para difundir su testimonio. Para nosotros representa la lucha diaria de la mujer chilena, que pese a las vicisitudes del presente sale día a día a buscar el pan para su familia.
Compartimos los emprendimientos de Priscilla, que representan lo mejor de nuestra clase media que sigue luchando a pesar de la adversidad.