El Suicidio, una cuestión colectiva

Antiguamente, se pensaba que había algunas personas con una personalidad y perfil suicida. Hoy, hay cada vez más evidencia que el suicidio es algo que puede afectar a cualquier persona, y que está mediado por una serie de elementos que sí, son individuales, pero también son ambientales y familiares. En otras palabras: el contexto puede hacer una diferencia radical en la salud mental de un individuo.

En ese caso, ¿cómo estamos en Chile? ¿Tenemos un contexto propicio para una vida integra y saludable?

No es así. Desde 2008, la principal causa de licencias médicas en Chile es la salud mental. Adicionalmente, la insuficiente oferta y desigual acceso hace que contar con apoyo profesional para la salud mental, una vez que se lo requiere, sea un privilegio. El malestar emocional, como tantos otros, en Chile se gestiona privadamente: nos rascamos “con nuestras propias uñas”.

A pesar de ello, 2020 fue el año con las cifras de suicidio más bajas en las últimas dos décadas en Chile. Este dato es contraintuitivo: ¿como es esto posible, si sabemos que veníamos previamente con una situación crítica de la salud mental, y el contexto no ha hecho sino empeorar?

Especialistas señalan que no es de extrañar, puesto que en varias situaciones de desastres se ha evidenciado que el suicidio desciende en el primer período de crisis. Se habla, incluso, de una “luna de miel”. 

Lo que también indican, sin embargo, es que esto no dura: los factores de riesgo para el suicidio han aumentado. 6,7% de las personas encuestadas en octubre 2020 señalaban haber pensado en hacerse daño o quitarse la vida, algunos días o casi todos los días en las últimas dos semanas; cifra que subía a 10,7% entre jóvenes. Quienes se sentían excluidos o aislados y quienes percibían bajo apoyo social, daban cuenta también de una vivencia más crítica.

No es de extrañar que, en todo el mundo, algunos grupos (LGBTIQA+, migrantes, pueblos originarios) presenten, efectivamente, mayor riesgo suicida: enfrentan mayor estigmatización y violencia, y cuentan con menos reconocimiento y redes de apoyo.

Si el suicidio no es algo inevitable, propio de algunas características personales, hay una buena noticia: podemos actuar colectivamente para prevenirlo; cuestión que se vuelve más urgente hoy, en la post-pandemia.

El Programa de Gabriel Boric, entre otras cosas, a través de una Ley de Salud Mental, propone un aumento sostenido del presupuesto hasta llegar al estándar internacional del 6%, cobertura universal y comunitaria y la instalación de un Sistema Nacional de Cuidados, que busca justamente avanzar en esa dirección.

Desde esta convicción, en el Día Mundial para la Prevención del Suicidio formulamos este recordatorio: el malestar, el sufrimiento, la angustia, son parte de la existencia humana; la ausencia de redes de protección, la privatización de la búsqueda de ayuda, la sobrecarga de las familias –especialmente las mujeres- en el cuidado de los suyos, en cambio, no lo son.

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