En una pequeña pero fértil porción de terreno que alberga damascos, naranjos y otros árboles, escondido tras un gastado portón a unas cuadras de la Plaza de Maipú, encontramos un oasis que tiene una casa. Adentro mora el protagonista de esta historia: Alberto Kurapel y lo hace acompañado de Susana Cáceres, su compañera de vida.
En una esquina del terreno se erige, cual palacio o fortaleza una casa de madera. Nada más entrar el visitante queda alertado que en ese espacio se produce cultura. Y es que basta con pasar el dintel de la puerta principal para llegar al estudio desde donde Alberto Kurapel produce libros, poesías y todas aquellas cosas que hacen bien para el alma, aunque ningún IPC las mida. A su lado, trabaja Susana, quien es también su partner creativa.
Alberto Kurapel es un hombre que no se queda en el rótulo de dramaturgo. Su creatividad y su necesidad de expresarse va más allá de un solo medio, la poesía, la narración, la música y las artes escénicas. Todo es parte de un ser humano apasionado por el arte, por las expresiones menos ortodoxas, por la rotura de cánones establecidos.
“Yo lo que relevo es su profunda pasión y convicción por lo que hace. Para mí Alberto no es menos distinto ni mejor ni peor que otros seres humanos que se dediquen a las artes. Él es una persona que ha hecho muchas cosas y las ha hecho bien. Por lo tanto, para mí es importante que eso se reconozca” explica Eduardo Jiménez, amigo cercano de Alberto y “cabrochico” de profesión.
“Es un tipo amoroso, tierno, bondadoso y culto. Tiene esa formación antigua que hace que Alberto conozca de música, de filosofía, de literatura. No es un modelo repetido, es bastante único y es amable. Es una persona que tiene una enciclopedia cultural importante. Es auténtico, y siempre fue así desde que lo conocimos”, continúa Héctor Ponce, profesor en la Facultad de Teatro de la Universidad de Chile y antiguo colega de Alberto Kurapel.
Desde pequeño, él se vio sumergido en el arte, dentro de un Maipú que eran millas de campo. Su madre era amante de la música clásica e hizo que su hijo estudiara a Piotr Ilich Chaikovsky y Giuseppe Verdi con el acordeón. Alberto empezó a desarrollar una apreciación por la música pero sobretodo por lo que es capaz de expresar, por las emociones que puede causar.
Pero su interés no quedó en el acordeón. En Maipú, Alberto conoció a un grupo de campesinos aguateros y medieros que tocaban guitarra en grupo. Él solo se acercó para admirar el trabajo de campo que realizaban, destapando acequias y cuidando caballos.
Ellos le enseñaron a tocar guitarra, pero como se toca en el campo, con técnicas que el artista nunca había visto. Aprendió que era la guitarra traspuesta, que tenía las notas desordenadas para facilitar la canción, y el “tokio tapao´”, donde se tomaba el mástil del instrumento de tal manera que las cuerdas estaban cubiertas con la palma. Era un sonido diferente que lo atrapó.
Alberto también tiene un gusto por la poesía, el cual mantenía escondido debido a una especie de vergüenza que sentía. Aún no sabe como le terminó gustando tanto. “Me llegaban revistas con cuentos de mitología alemana, y estaban Sigfrido y las Valquirias. Eso está hecho en verso. Me gustó eso. Y escribía, obviamente no le mostraba a nadie pero seguí escribiendo poesía”, cuenta en conversación con La Voz de Maipú.
Estudió teatro en la Universidad de Chile, formaba parte de la Compañía de Teatro y viajaba a diferentes lugares para presentar frente a los estudiantes. Una de estas presentaciones se realizó en Calama en 1967. Entre el público estaba Susana Cáceres, quien quedó alucinada con la actuación de Alberto.
Se realizó una fiesta de recepción a los autores, y Susana era muy tímida como para acercarse al actor en ese momento. Cuando este proceso terminó, los estudiantes se juntaron en Antofagasta para volver a Santiago en bus.
“Edgardo Bruna, un actor que trabajó mucho en teleseries, dirigió esta obra. Él se arregló, vio y me dijo: ‘oye, Alberto. Susana podría irse contigo hasta Santiago´. Así que nos venimos desde Antofagasta hasta Santiago”, recuerda la pareja.
Así fue como la pareja se conoció, y siguen juntos hasta el día de hoy.
“Este artista entiende que lo imposible es únicamente aquello que vale la pena pensar. Por eso su desnudez impuesta se extiende como hito y limite a un más allá, sea este un más de la muerte o del exceso”, extracto de «Estación Artificial: Expresión Escénica de Exilio».
Alberto Kurapel solía trabajar en televisión desde las ocho de la mañana hasta el mediodía. Luego continuaba sus ensayos y presentaciones en el Teatro Antonio Varas, y finaliza con una visita a la Peña de los Parra para cantar algunas canciones. Esa era su rutina diaria dentro del país. Pero también solía viajar fuera a compartir sus composiciones en Perú y Bolivia.
El dramaturgo se frecuentaba con Victor Jara y juntos caminaban hasta Carmen 340 donde se reunían los músicos. Alberto disfrutó de composiciones junto a Roberto Parra, Inti-Illimani, Quilapayun, entre otros. Aun así, Alberto solía tener un sentimiento de insatisfacción en estos eventos.
Esas reuniones dieron lugar al “Canto al Programa”, un conjunto de canciones que hablaban sobre las medidas de Salvador Allende. Luis Advis, de la cantata Santa Maria de Iquique, y Sergio Ortega, autor de “El Pueblo Unido Jamás Será Vencido”, se encargaron de la música. Alberto fue el narrador de ese disco. Sin saberlo, estas juntas lo habían convertido en el enemigo de la Junta Militar.
“Creo que desde el momento en que un actor entra a la escena se transforma en exiliado. El actor es un exiliado; el personaje que encarna, no. La escena es el mundo del personaje, no del actor; por ella el actor solo pasa y es y será siempre un extranjero. ¿La inquietud que siente antes de actuar, no es la zozobra ante el hecho de llegar repentinamente a un mundo que no conoce y que habla otra lengua/gesto?”, otro extracto de Estación Artificial: Expresión Escénica de Exilio.
En 1974, Alberto fue uno de los tantos chilenos y chilenas que se subieron con lo puesto a un avión que los llevó hacia Montreal, Canadá. Él estaba terminando su carrera en la Universidad de Chile. Sentía que su fusilamiento estaba programado debido a que había compartido con cantantes y músicos asociados al movimiento socialista.
Kurapel y el exilio en Montreal
El exilio significa dejar atrás al mundo que conocemos, romper los lazos que has formado hasta ahora y acostumbrarte a una nueva forma de vivir. Todo para protegerse y proteger a los demás de la opresión de la Dictadura Militar. Muchas de esas memorias se pierden para lidiar con el dolor y la pérdida. Alberto ya no recuerda muchas de las amistades que tenía en Chile antes de irse, le cuesta formar una imagen de sus caras.
El de un día para otro llegar a otro país, arrancando de los militares del tuyo y con otro idioma (en Montreal se habla francés), es algo que marca la vida y obra de Kurapel.
El exilio generó una sensación de quiebre total en el artista. Él estaba acostumbrado a utilizar el español para expresarse, era la lengua materna con la que creció y con la que ha hablado por décadas. Pero en Canadá, debía aprender un nuevo idioma que solo utilizaba para la comunicación, solo por necesidad y no por gusto. Si bien Susana acompañó su viaje, acostumbrarse a la nueva vida no fue fácil. Es por esto que Alberto tomó esa sensación de choque.
Él intentó crear un grupo de teatro que intentara unir esos dos mundos opuestos, pero el intento fue desintegrado de manera rápida. La gente se veía confundida por una realidad que no conocían. La situación política de Canadá, las tensiones externas y los grupos políticos con opiniones dogmáticas sobre lo que es el arte influyeron en la separación.
“Yo vi esa nueva realidad y dije ‘yo no puedo seguir haciendo lo que hacía antes del golpe de estado’. Entonces yo quise hacer y empecé a hacer un teatro DE exilio y no un teatro EN exilio”, explicó el dramaturgo. “Yo tengo que manifestarme como exiliado que soy. No puedo estar añorando a cada rato ese país que dejé y que no sabía si algún día iba a retornar”, cuenta en conversación con La Voz.
Alberto no vivía en el Chile que dejó, ni en la Canadá que acaba de visitar. Él vivía en un limbo donde ambos mundos se mezclan en un mar de confusión. Como artista, su pasión es expresarse. El dramaturgo quiso compartir este sentimiento tan opuesto con las audiencias de Canadá, rompiendo cánones y reglas del Teatro para mezclarlos con la cercanía e improvisación del performance.
“¿Cuáles eran las características y los objetivos de la Performance? Primero, presentarse, anulando toda la jerarquía teatral. En primer lugar está el autor de la obra, después está el director, los actores, el iluminador, el escenógrafo más chiquito, el vestuario. Nosotros anulamos. Por lo tanto, va a ser una persona que va a cumplir todas las funciones del teatro”, explicó Alberto.
Otro aspecto que el dramaturgo buscaba incorporar eran los medios audiovisuales. A diferencia del teatro, el Performance utilizaba pantallas y proyectores para generar una escenografía distinta, un contexto para la obra completamente nuevo. Alberto introdujo instalaciones, esculturas, y usaba lugares atípicos que significaban una gran libertad a diferencia de la rigidez del teatro.
La mezcla entre estos aspectos causó controversia en el público y los artistas que seguían estas ramas de la presentación. Los expertos teatristas decían que estos medios no se podían combinar, mientras que los amantes de la performance afirmaban que esto es un trabajo moderno unido con lo anticuado. En general, el arte tiende a ser una comunidad bastante cerrada que necesita de redes y de reconocimiento para establecerse en esta.
Alberto comenzó a formar sus propios vínculos a través de una organización propia: La Compagnie des Arts Exilio. Su principal objetivo fue la implementación del Teatro-Performance para presentar ese confuso y caótico mundo del exilio, ese mundo del pasado y el futuro. Donde no corresponde nada con nada.
La rigidez del teatro requiere que todos compartan un mismo lenguaje y un acento neutro para la comodidad del público. La Compagnie des Arts Exilio daba la bienvenida a personas de diferentes partes del mundo. Bulgaro, mexicano, iraní, francés, ecuatoriano, venezolano, colombiano, chileno, canadiense, etcétera. Siempre fue un “Hola” seguido de un “Bonjour”.
Alberto no solo permitía que tuvieran un acento marcado, sino que aprovechaba y los dejaba conversar en su idioma natal para presentar la idea chocante y desorientadora del exilio. “Que venga otro acento es una ruptura que el teatro no acepta. Yo acepté eso”, explica Alberto.
La creación en carencia es el universo, la cumbre y el abismo del dramaturgo. Él rechazó presentaciones en grandes teatros debido a que él era exiliado, debía presentar su obra y su expresión de una manera acorde a esa situación en la que vivía. Eligió bodegas, galpones, matadores, cafeterías, galerías de arte desocupadas, entre otros.
Los implementos tecnológicos que utilizaban en estas presentaciones eran prestados por la Universidad de Montreal, debido a que Susana Caceres estudiaba “Magister en Tecnología Educativa” allí y los tomaba los fines de semana mientras tenía que hacer tareas. Además, ella apoyaba con los medios de comunicación y las imágenes presentadas.
“Las linternas eran más baratas y las podíamos comprar. Los actores las amarraban a diferentes partes del cuerpo, y cuando hablaba contigo, tenía que iluminarte con el brazo. Entonces me ponía en una cierta posición, y tú para recibir tenías que ponerte en otra posición e iluminarme también. Empiezas a tener un tipo de movimiento que no era lógico, que contradecía el texto que tú hacías. ¿Pero por qué? Porque así es el exilio”, narró Alberto.
El regreso de un exiliado
Cuando Alberto Kurapel volvió a Chile, lo recibió un país distinto al que dejó y amigos que tenían una vida nueva en otra realidad. Era la misma sensación que experimentó cuando llegó a Montreal en el exilio. Su trabajo recibió un gran conocimiento entre los teatros del exilio, siendo analizado de manera académica por diferentes revistas e investigadores. Su nombre es reconocido internacionalmente, pero eso no se dio en su país de origen.
Eduardo es escenógrafo y conoció el nombre de Alberto Kurapel durante su exilio en Argentina, pero tuvo la oportunidad de acercarse a él a través de Susana Cacéres, la esposa y productora del dramaturgo.
El mundo del teatro, al igual que el arte, es hermético. Es un medio cerrado donde cada uno cuida su espacio. “Sentía que era un universo demasiado individualista. Tú trabajas solo y salvate solo. Pensé que en el Teatro eso iba a ser distinto, al final es lo mismo. La batalla de los egos sigue estando igual. Yo tardé casi 15 años en entrar al medio en Chile”, explicó el escenógrafo.
Canadá es un país de altos recursos, tanto que pudieron reciclar películas e implementos usados para la compañía. La carencia que Alberto y Susana vivieron allá no es la misma que vivieron en Chile. El país de habla francesa tenía un seguro de cesantía al cual ellos calificaron gracias a su compañía. Les daban proyectos como talleres de formación y dineros que “hacían pebre”. Todas esas oportunidades se perdieron en Chile, y usaban de su sueldo para hacer algunos talleres esporádicos en lugares de ensayo prestados.
Cuando Alberto regresó a la Universidad de Chile, fue como docente en el Departamento de Teatro en 2009. Debido a su formación y experiencia, él fue un profesor capaz de conversar sobre la teoría del teatro y la puesta en escena. Fue un profesor a quien los alumnos se podían acercar. Él dirigió un egreso de estudiantes a través de una puesta en escena.
Incluso luego de desvincularse de la facultad, Alberto Kurapel continuó trabajando junto a sus colegas y antiguos alumnos. El dramaturgo, Mauricio Barria, trabajó en un libro en referencia a un coloquio realizado en homenaje al actor. Todos los involucrados expusieron sobre la obra de Kurapel, la historia de su compañía, o el teatro de exilio que él representaba.
En septiembre de 2023, se realizó otro coloquio en la casa central de la Universidad de Chile llamado “Memoria y Discurso Social”. Alberto fue invitado a exponer sobre la experiencia del exilio, y contó la historia de una chilena que no pudo adaptarse a su nueva vida en Canadá.
“La escena tiene un final muy doloroso, es el suicidio de una compatriota. La imagen es la de una mujer que se lanza desde un puente a un río que, en ese momento, estaba congelado. La escena graficaba el desamparo, la orfandad de personas que habían sido forzadas al exilio”, recuerda Héctor Ponce.
Si uno pregunta entre los pasillos de la casa de estudios que lo formó, su nombre parece perderse entre las nuevas generaciones. Es un exponente del Teatro de un periodo pasado, en un tiempo donde lo actual y lo presente toma prioridad y los estudiantes crecen en un contexto tecnológico e instantáneo.
Alberto pasó a convertirse en un mito dentro de la misma universidad que tuvo que verlo retirarse dos veces, tal como sus antiguos compañeros pasaron a convertirse en teatros.
El maipucino sufrió de una enfermedad durante casi diez años, y mientras que su esposa estuvo muy preocupada por su salud, el dramaturgo le dijo desde su cama que había compuesto una nueva canción, en honor al Hospital del Carmen que lo había acogido. Él se sanó y logró presentar esa misma canción gracias al Sello Popular Maipú.
“Yo he conocido pocas personas tan generosas” admitió Susana Cacéres con cariño. “Nunca hemos tenido más dinero que el necesario para comer. Pero él se adapta. Teniendo un lápiz, un cuaderno, pudiendo cantar y subirse a un escenario, Alberto es un hombre feliz. Es un fenómeno, porque canta bien, escribe bien, actúa maravilloso y dirige también. Pero lo que está más allá de todo es la calidad humana. Para mí es un ser excepcional”.
En diciembre de 2023, el alcalde de Maipú, Tomás Vodanovic le hizo entrega a Alberto del premio Orgullo Maipucino. Él ha recibido premios con anterioridad, pero aprecia el reconocimiento por parte de la comuna en la que desarrolló su gusto al arte, su necesidad del arte.
De hecho el mismo año 2023 recibió el Premio de las Artes Escénicas Nacionales Presidente de Repúblicada, lo que vino a condecorar una vida que lo sitúa como un visionario en Canadá al fundar en ese país la primera compañía latinoamericana interdisciplinaria de Teatro-Performance.
En la actualidad, él continúa con esta pasión y vocación a través de CELTEP, el Centro Latino Americano de Teatro-Performance. Además, Kurapel participa en conferencias o escribe artículos para medios especializados en Montreal, París, Nueva York, Río de Janeiro, Caracas, Lima, Ottawa, Ciudad de México, Washington, Buenos Aires, Santiago, Barcelona, Lima, Montevideo, Quito, Leipzig, Trento.
“Es a través del afecto que se puede transmitir la cultura”, afirma, desde su oasis en Maipú Alberto Kurapel. El actor, director, cantautor, dramaturgo, performista y músico, es una fuente inagotable de creatividad. Y también una persona que con su vida entrega una lección profunda de vida: una que dice que para ser feliz no necesitamos más que aquellas cosas que nos permiten trascender. Alberto ya lo hizo.
Texto: Amaru Torrealba – Fotos: Bárbara Espinoza – Edición: Nicolás Aravena