Es emocionante escribir esta columna. Debo reconocer que han sido pocas las instancias en mi calidad de maipucino y abuelo en la que distintas personas son parte de una causa noble: los niños de nuestra comuna.
Varias organizaciones sociales, vecino y amigos habían sido convocadas para la celebración del día de la niña (o) en el campamento Vicente Reyes.
También se fueron sumando espontáneamente distintas personas a la organización del evento durante la semana. El motivo que aglutinó tantas organizaciones fue sólo una: entregar alegría y amor a los niños del campamento en su día.
La mayoría de los niños que estaban son de padres haitianos pero nacidos en Chile, mientras que otra parte son niños nacidos en Haití.
Los asistentes aportaron con lo que estaba a su disposición: había animadoras, que vestidas de muñecas buscaban que tanto madres como padres comenzaran a integrarse junto a sus hijos/as al evento, las cuales por medio de canciones y rondas convocaban a los niños que aún no salían de sus casas.
Un punto de encuentro para todos los niños fue la cama elástica, en donde todos saltaban sincronizados en torno a un solo motivo: divertirse a través de piruetas hasta caer agotados/as.
También estaba el payaso chispita, quien vino especialmente para mostrar los secretos de la globoflexia. Perros, espadas, flores, coronas y un sinfín de diseños fueron creados solamente por la voluntad de chispita de alegrar esas caras morenas de los niños.
Una fila interminable se veía en la sección de los pintacaritas, lugar donde salían niños con caras de tigres, jirafas, unicornios y un variado repertorio de animales exóticos para ponernos a tono del evento. Muchos adultos no contuvieron las ganas y se sumaron a esta emocionante obra.
En la medida que padres e hijos se fueron juntando en el patio del campamento fue casi natural que los adultos comenzaran a participar en las sillitas musicales al ritmo de los tambores. En primera instancia los niños, luego las voluntarias y pobladoras, que disputaban el primer lugar del concurso.
Luego se les exigió a los hombres ser parte del proceso democrático de bailar. Costó sacarlos, pero de igual se hizo la tercera patita de las sillas musicales entre voluntarios y pobladores.
La sede del campamento fue construida a pulso por los propios pobladores, por eso se ve a medio terminar. Pero eso denota la decisión de organizarse cueste lo que cueste.
Transcurridas varias horas, las agrupaciones vecinales esperaban a los niños con una de las mayores sorpresas de la jornada; una rica completada para los asistentes del evento.
Una comuna de muchos colores
La grandeza y voluntad de nuestros vecinos, quienes desinteresadamente se pusieron a disposición de los niños, choca ferozmente con el trato que han recibido estas familias por parte de la Municipalidad de Maipú, trato que ha estado bastante alejado de los sentimientos de cordialidad, empatía, solidaridad y ganas de hacer comunidad.
El trato dispensado por la alcaldesa es de profunda violencia al negarse de abastecerlos con agua potable y entregar ayuda mínima a las personas que viven en este campamento. Sin embargo, debemos ser justos en este análisis, es esperable que genere cierto rechazo o desconfianza una tez distinta a la del chileno o una cultura distinta a la nuestra.
Creo que lo que vivimos este sábado 10 de agosto, nos da luces sobre qué tipo de comuna y país es el cual debemos transitar. Una comuna que sea capaz de integrar y considerar a todos sus vecinos, sin importar su origen socioeconómico o nacional.
Me imagino una comuna donde no importa donde vivas, no sea relevante tu pensamiento político, ya que serás tratado en el Municipio con toda la dignidad y respeto que los derechos humanos promueven, situación que hasta ahora ha estado bastante alejado de una gestión municipal que lo único que desea es desalojarlos.
Escribo esta columna un día domingo, luego de ver los desmanes producidos en el centro de Santiago por la marcha anti migración convocada por grupos de extrema derecha, que ven a la migración un peligro, pero seamos claro, el peligro es para ellos mismos, la migración los obliga a cuestionarse sus identidades o lo que ellos creen que es Chile.
Hoy más que nunca vecina(o), debemos reaccionar ante esta ola de estigmatización hacia los migrantes, quienes por su exclusión del debate político parecen ser una excelente presa para los gobiernos tanto comunales como nacionales que carecen de ideas o de un proyecto de país.
Entendemos completamente el punto que debe regularse el ingreso a nuestro país, pero es evidente que estos niños del campamento Vicente Reyes y del resto del país no son los responsables de la crisis política, económica y social que se encuentra viviendo Chile, no podemos marginarlos ni tratarlos con desconfianza.
Aprovecharé este espacio para contarles una breve historia, José llegó a Chile a los 12 años, específicamente en 1939 y venía escapando de una cruenta guerra de su país, en la que su única posibilidad de salvarse él y su familia fue migrar. Llegó a Chile donde logró ingresar al sistema de educación pública, que en aquel entonces era de calidad, logró ingresar a la universidad, formó su familia y se asentó definitivamente en Chile.
José Balmes en 1999 ganó el Premio Nacional de Artes y el 2016 murió. Sin embargo, su legado continúa en el arte chileno.
Hay grupos que buscan culpar a los migrantes como el chivo expiatorio de nuestros problemas. Balmes fue uno de ellos, un migrante que enriqueció la idea de lo que era Chile y nos permitió entender la riqueza de la diversidad en países como el nuestro.
Quizás alguno de estos niños será un premio nacional de literatura o una medalla olímpica para Chile en 20 o 30 años más.