Humberto Giannini, uno de los filósofos más influyentes de nuestro país, nos abrió las puertas de su casa; la idea era reflexionar en torno a nuestra ciudad y la experiencia de sus habitantes frente a las drásticas modificaciones de su fisonomía. El Doctor Honoris Causa de la Universidad de Paris VIII, Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales, Ganador de un Altazor en la categoría ensayo por su obra “La metafísica eres tú”, nos mostró su visión respecto a una ciudad que, acusa: “se le quiere poco”.
– ¿Cuál es su opinión acerca del fenómeno de urbanización y expansión en Santiago?
– Para mí el tema es tremendamente conflictivo, en el sentido de necesitar muchos antecedentes y desde muchos lugares. Pero así, a primera vista o como una impresión general; es desastroso lo que pasa en Santiago, porque está hace muchos años dirigido por un criterio esencialmente comercial en la compra de terrenos, la construcción de edificios, la ubicación de las poblaciones. Son todos factores que llevan a una deshumanización de la ciudadanía, de la vida ciudadana. Los alumnos que yo tengo en la Facultad, viajan cuatro horas diarias. Si tú agregas a eso el trabajo que puedas tener, no les queda ningún tiempo para organizar su vida privada, sus distracciones, sus juegos, tantas cosas que se deben hacer en la vida. Nada de eso ocurre, porque ya el agotamiento de la locomoción es suficiente. Estar cuatro horas viajando es un desgaste que no se lo doy a cualquiera, tremendo. Es un desgaste además inútil, porque ese tiempo no lo aprovechas ni siquiera conversando, haciendo nada. Es un tiempo de puro tránsito, en el sentido malo de la palabra. En ese tránsito no pasa nada, ni siquiera una comunicación con el prójimo, porque es un prójimo enemigo, por lo demás. Está peleando el asiento de la micro, el espacio. El criterio de la construcción en Chile es pésimo. Ha sido un criterio de sacarle el máximo partido al terreno, y se le ha sacado el máximo partido hacia arriba. Se han construido dormideros donde tú sales al tránsito y desde ese tránsito, al trabajo.
-¿Es pesimista entonces respecto al destino de Santiago o cree que hay una posibilidad de revertir el proceso de desgaste de la ciudad?
– Hay una posibilidad de revertirlo por dos razones: porque hay número grande de arquitectos que tiene mucha consciencia de esto que está pasando en Santiago, en las calles y en los terrenos, y en los edificios. Una enorme consciencia. Incluso invitan a gente desde otros sectores, como la filosofía. Ese es un factor, y el otro factor es un gobierno que entienda. Y no solo que entienda, sino que quiera entender, porque los pesos ganan la batalla siempre. No creo que el gobierno de Piñera haya querido entender eso, porque está muy ligado a consorcios económicos que manejan toda la cuestión edilicia. Tendría que ser un gobierno, en ese sentido, neutral y consciente al mismo tiempo.
Yo creo que sí hay posibilidades, además la gente lo necesita. Hay gente que está diciendo “me quiero ir de Santiago”, están aburridos de esta ciudad. No se quiere esta ciudad. No se le hacen canciones, no se le hacen poesías. Porque no se quiere. Date cuenta, Valparaíso, con toda la basura, los contras que tiene, es una ciudad que la quiere todo el mundo.
Y un tercer elemento, debería ser -porque si bien es cierto la gente siente la necesidad de ocupar esos espacios- el cuidado. Las personas botan basura o ensucian sin ninguna atención a los demás. Hemos visto en lo que pasa después de un concierto, por ejemplo. Da vergüenza. Entonces, claro, eso revela que también los santiaguinos tenemos muy poca consciencia de cuidar la ciudad.
-Y qué hay del uso de los espacios públicos en la ciudad
– La idea de espacio es una idea de tensión. El espacio público implica una necesidad de detenerse y un deseo de detenerse. Se detienen los jubilados solamente en la plaza de armas…. Pero hay lugares donde la gente sí se detiene porque es hermoso detenerse. Yo puedo hablar más de Valparaíso, porque lo conozco más. Creo que aquí no existe tampoco esa necesidad de detenerse a mirar. Debe ser por esas cuatro horas de locomoción.
-¿Y usted cree que ese poco amor por Santiago ha sido algo que ha variado en el curso del tiempo o puede identificar un momento en que los santiaguinos dejaron de querer Santiago?
– Yo creo que ha sido un proceso paulatino, no nos hemos dado cuenta. Pero ese amor existió seguramente, a principio del siglo pasado, donde era precioso sacar los sillones en Santa Rosa, fuera de la casa y mirar la calle. Y la ciudad estaba ahí, era una ciudad tranquila, hermosa por la cordillera, con un buen clima. Predispuesta a ser querida. Pero eso se perdió con las inmigraciones tremendas desde el sur y del norte. De gente muy pobre que empezó a buscar terrenos y entonces los ricos empezaron a separarse, a dividir la ciudad. Además esta es una ciudad dividida como ninguna. Nunca se ha visto una ciudad tan dividida como Santiago, los ricos por un lado y los pobres por otro lado. Los miserables, porque los pobres están en todas partes. Los miserables: aislados.
– ¿Cuál sería en ese escenario el valor de preservar los barrios?
– Yo creo que la experiencia del barrio, no solo crea cierta tranquilidad espiritual de tener un tiempo libre de jugar una pichanga con los niños, o entre los adultos, sino también es un lugar donde los vecinos tienen que adoptar cierta inteligencia sobre cosas comunes, organizarse. Organizarse incluso para oponerse a que ese mismo barrio cambie.
-Y respecto al contacto con la naturaleza
O sea, se comprende. Yo creo que si hay un lugar donde hay muy poco contacto con la naturaleza, es en Santiago. Afortunadamente tenemos una cordillera que sin mover un pie, la vemos y la queremos, y que incluso es un lugar de orientación. Uno se orienta por la cordillera también. Es un sitio ideal la cordillera, pero difícil de llegar a ella.
– Volviendo un poco al principio ¿cómo según usted afecta al individuo todo este fenómeno de expansión y cambios en las urbanidad?
– Yo soy sumamente socialista en eso, en que el individuo vive en una sociedad y es reflejo de esa sociedad, y también el contribuye con su malestar o con su “no importarle nada” -que es una cuestión moral bien fregada-, contribuye a una atmósfera de niebla, de una ciudad oscura. O sea, se comprende que el individuo en Santiago sufre mucho la tónica de la ciudad. La tónica de la ciudad que empieza no en este barrio que es maravilloso, sino en la periferia, en los barrios marginados.
– ¿La sensación de soledad?
– La vida humana es vínculo, todo lo demás es mentira; comprar cosas, llenarse de qué se yo. Es vínculo, o sea, si tú llegas a tu casa y no tienes algún vínculo ahí y tampoco fuera de ella. Si careces del sistema de solidaridad que se da cuando existe el barrio, cuando existe una ciudad bien constituida, ¡qué se puede esperar! Y Santiago adolece con una cojera inmensa de solidaridad, de participación en cosas comunes. Y eso contribuye al estado anímico diario
-Poco amor por la ciudad
Poco amor, ese poco amor se manifiesta en tantas cosas.