Poco a poco vamos a entrar en “modo plebiscito”. Una etapa que nos llevará a las urnas a decidir si queremos una nueva constitución redactada en democracia y a su vez a la composición del Órgano que tendrá que llevar adelante esta misión. Algo no menos importante.
En mi caso, estoy por el apruebo y la Convención 100% electa. Pero, más allá del debate si aprobar o rechazar, me gustaría comentar “las importancias” de una Constitución y lo importante que es participar del debate de cara al 26 de abril.
Por eso quiero ir a lo importante, es decir, valorar las verdaderas importancias de una Constitución redactada en democracia, que en esencia son tres factores: el jurídico, el político y el sociocultural.
Lo jurídico
Es el factor más obvio. La Constitución arma la pirámide jurídica de una nación y además nos conecta con el mundo mediante los Tratados Internacionales en materia de derechos civiles, derecho comercial y, lo más importante, las universales de Derechos Humanos.
Amigos, no hay duda del gran nivel jurídico de la Constitución de 1980. Esta contiene elementos y figuras que han sido de notable uso de las personas, como lo es el Recurso de Protección, el cual pone a las personas antes y sobre el estado. Del mismo modo, sus modificaciones han servido para darle grado constitucional a principios como la participación ciudadana y la base de instituciones tan importantes como el Servicio Electoral.
Es probable probable que se mantengan muchos de los artículos y valores que cautela la Carta de 1980. Sobre todo porque representan el sentido común, cosas con las que nadie podría estar en contra, como la libertad de prensa, libertad de culto culto o la misma libertad de expresión.
En lo político
En esta faceta, nuestra actual Carta comienza a quedar al debe. Si bien la gran reforma del año 2005 saca la firma del dictador y la reemplaza por la del Presidente Ricardo Lagos, el sentimiento del “pecado de origen” ha marcado esta Carta.
Sin duda, las Constituciones tienen y deben tener una óptica política y filosófica. Estos preceptos deben ser lo más universales y más transversales posibles. Es decir, “ser de todos y de nadie a la vez”.
Más allá de que las ideas liberales, que han demostrado ser las mejores para propiciar el progreso de las naciones, hay otras escuelas de pensamiento dentro del marco democrático que deben tener presencia.
En plena década de los 70 cuando la «Comisión Ortúzar» avanzaba en la redacción de nuestra Carta, era improbable que representantes políticos contrarios al régimen de Pinochet pudieran aportar con opiniones fuera de la órbita impuesta por La Junta.
Es más, si revisamos las Actas de la Comisión de noviembre de 1974, a lo menos da pudor ver cómo se discutía la “libertad de expresión” en el mismo país, en las mismas horas donde criminales como Manuel Contreras y otros daban rienda suelta a su maquinaria sádica de muerte.
Cómo bien dice el diputado y presidente de mi partido, Mario Desbordes, esta nueva Constitución no debe ser ni de derecha o de izquierda, tiene que ser de todos como una casa común y nadie se tenga que llevar la pelota para la casa.
En lo sociocultural
El 26 de abril marcará un hito. Será hermoso corroborar que con el triunfo (espero lo más amplio posible) del apruebo por primera vez nuestra institucionalidad podrá asegurar la participación ciudadana en la redacción de una Carta.
Una carta que nos llene de orgullo y tranquilidad y ordene el nuevo Chile, el multicolor, el de los porotos con rienda y arepas. Una que al fin asegure el reconocimiento de nuestros pueblos originarios, que lleve a su punto más sublime el más elegante sentimiento de cualquier nación que es la libertad y la democracia.
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