Si te hubieran dicho que viviríamos una pandemia mundial, que nadie podría salir de casa, porque podrías morir ¿la hubieses comprado? Yo tampoco. Pero en ésta estamos.
Hace más un poco más de un mes que Maipú entró a cuarentena, después de semanas de la famosa «nueva normalidad» en las calles: con los túneles para sanitizar que produjo la Municipalidad con bombos y platillos, después, de toda clase de mascarillas a la moda, después que todo está descontrolado.
Hoy, son más de 5 mil casos positivos a Coronavirus en Maipú, según el Ministerio de Salud, de estos, 2 mil son casos activos que acechan a nuestra comuna. Lamentamos el fallecimiento de más de 100 vecinos y vecinas a causa del virus.
Cifras que se anuncian todas las mañana, como reloj. El Gobierno nos habla desde su pedestal, adornando sus metodologías. 100 muertos más, o 19, según cómo se le mire.
Quitándole humanidad a cada uno de esos números, tratando de entregar una pildorita, con efecto placebo, para calmar la ansiedad del pueblo: que las cajas mercaderías, que el ingreso familiar de emergencia, que el hospital de campaña que nunca se concretó, que alisten sus cuadernos, que mejor no.
Pero, la deshumanización de cada uno de esos números solo nubla la realidad. La que desde el Gobierno, sin pudor, dijo no conocerla. El Estado, el Gobierno, las elites no saben qué pasa en Puente Alto, La Pintana, en Maipú.
No saben que la presencia de la Virgen del Carmen, la patrona de Chile, es de una identidad tan fuerte en nuestra comuna, que el Templo Votivo la acercó a la calle para que vecinos y vecinas se acerquen a contarles sus penas.
[envira-gallery id=»45506″]Se dieron cuenta tarde de las necesidades de las personas, del hacinamiento, del frío y del hambre. Se dieron cuenta tarde que para algunos no hay más alternativa que ir a trabajar, sino los mata el hambre antes que el virus. No saben del miedo que se vive en la pobla por las mexicanas y los ajustes de cuentas.
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Maipucina, orgullosa de los parajes de mis barrios, con nostalgia de encontrarme con calles desiertas, como si se hubiese detenido el tiempo, con las historias que ahora se esconden entre cuatro paredes y que los números no representan.
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