En medio de la crisis sanitaria por la pandemia del Coronavirus, es necesario hacer una pausa y analizar cómo la población se está comportando. Esto, quizás, no es un tema contingente ni de primera necesidad, pero es algo que se viene reflejando desde el 18 de octubre del 2019. Lamentablemente los debates se han reducido a juicios simplones y sesgados. Hoy las personas que piensan distinto son catalogadas de fachas o comunistas, ignorando la existencia de matices.
No es necesario buscar archivos en las bibliotecas o hablar con sociólogos para saber si existen estos tipos de juicios en Chile, porque está radicado en el entorno de cualquier persona y, sobre todo, en las redes sociales. El que está en contra de violencia en las manifestaciones, para algunos es fachos; mientras que el que habla de las injusticias que existen en el país, para otros es comunista. Así de tajante.
Hay una sociedad polarizada que se embriaga de las consignas y retóricas para despreciar y denigrar al otro y que saca conclusiones anticipadas y espera el movimiento del bando opositor para juzgarlo.
En febrero de este año el periodista, Juan Cristóbal Guarello, quien estaba en la tribuna del estadio San Carlos de Apoquindo transmitiendo el partido entre Universidad Católica y O´Higgins, fue insultado por condenar la violencia que había en la barra local que pretendía suspender el partido: los hinchas que estaban presentes en las gradas no entendieron su mensaje y lo tildaron de “Chaleco Amarillo” y “Primera Línea”. En un día lo instalaron en los dos bandos.
El diputado, Mario Desbordes, por apoyar algunas demandas ciudadanas (como eliminar el CAE y, al mismo tiempo, dividir Renovación Nacional por decir que está por el “apruebo” en el plebiscito), fue apuntado como traidor por los adherentes de derecha.
Esos juicios sin parámetros objetivos de las personas pueden terminar en graves conflictos. Es importante conocer la historia para que los hechos lamentables no vuelvan a ocurrir. En el transcurso de la Revolución Francesa los Jacobinos y Girondinos, que en primera instancia se unieron para derribar la monarquía absoluta, se enfrentaron con armas por sus distintas maneras de pensar: los primeros se mataron entre ellos por sospecha y, paralelamente, perseguían a los segundos por conspirar contra La República.
El filósofo, José Ortega y Gasset, criticó en su libro “La rebelión de las masas” (1930) a las personas que se sienten identificadas con la derecha e izquierda. Aseguró que padecen de “hemiplejia moral” por sus sesgos ideológicos y pensamientos limitados. Además, dijo que “era una de las infinitas maneras para que el hombre pueda ser un imbécil”. Las palabras no fueron caprichosas porque, seis años más tarde, se desató la Guerra Civil en España.
La gente -por supuesto la que tiene una postura marcada- tiende a evitar o, también, funar con golpes y publicaciones en las redes sociales a los que piensan distinto e, incluso, a los de su misma ideología que rescatan las virtudes de otras corrientes: no está de más recordar la agresión a Gabriel Boric en el Parque Forestal en diciembre del 2019 por firmar “El pacto por la paz y una nueva constitución”; le dijeron “vendiste al pueblo”.
Pareciera ser que es un ejercicio difícil debatir, intercambiar ideas y establecer diálogos. Los consensos quedaron abolidos y hoy sólo importa destruir, sobrepasar y humillar al opositor. Si se mantienen este tipo de conductas, no me extrañaría que, cuando todo vuelva a la normalidad, las personas se estén agarrando a combos en la calle.