Hace algunas semanas, quien escribe esta columna, usando sus redes sociales, y también en un espacio radial de conversación política, osó manifestar su preferencia o simpatía electoral.
De ahí en adelante, he recibido varios insultos, funas online y he sostenido acalorados debates con gente que se mueve en ese minúsculo espacio que conocemos como “política local maipucina”.
Durante estos últimos días he ido masticando lo que he ido oyendo de aquellas y aquellos que se muestran indignados por emitir, como ciudadano y sujeto político, la opción alcaldicia que defiendo de manera personal.
Entre lo que más se repite es que “un exDirector de un diario local, o dueño de un proyecto periodístico no puede ni debe comunicar su preferencia política”. Varios de los que han criticado el paso dado, aducen que “el proyecto periodístico se ve comprometido en su imparcialidad si el dueño comunica su preferencia”.
Y por más que lo pienso, no puedo estar en mayor desacuerdo. Pienso y parto por el primer error que, desde mi vereda, siento que la gente comete: el creerse ese cuento que nos inventaron, en que los medios son imparciales. Reflexiono en esa fábula, que algunos insisten en dar por cierta, sobre los medios de comunicación (que somos empresas, tienen dueños y personas que cumplen roles).
Esa visión, fuertemente enquistada y defendida con uñas y dientes por algunos y algunas se basa ,a mi juicio, en una idea que nos trataron de vender por años como la norma, cuando en la práctica termina siendo una farsa.
Los diarios o medios de comunicación, desde el más pequeño a los más grandes, responden a sus dueños y, a su vez, a la ideología de éstos. Entonces, bajo ese prisma, me voy convenciendo que el problema no pasa por que yo, desde mi individualidad, diga que mi candidato es Vodanovic.
El verdadero problema es que los medios, muchos de ellos enormemente más grandes que La Voz, ocultan sus preferencias y visten sus operaciones político mediáticas con el traje de la supuesta imparcialidad.
El verdadero conflicto de interés está en que usted y yo no tenemos idea a quien apoya el dueño de La Tercera o El Mercurio, pero todas y todos lo intuimos. Los grandes medios tienen dueños, que están sentados en los principales directorios de las más grandes empresas del país y es esa silla la que fija sus líneas editoriales.
En La Voz de Maipú, hacemos las cosas diferentes. En estos meses hemos levantado una estructura que nos permite tener a dos excelentes profesionales: Marlene Valladares y Bárbara Espinoza, como Directora y Editora.
Sus cargos y funciones no son nominativos. Ambas suponen un equipo que contrapesa en términos reales la opinión y los intereses del dueño (es decir, los míos) y, a su vez, estructuran la línea editorial (que nunca será neutra ni imparcial).
Por ello, sigo sosteniendo que está bien que aquellas y aquellos que tenemos injerencia en medios de comunicación deberíamos siempre decir o contar por quién o quiénes votaremos. Ello, más que romper una imparcialidad que no existe, permite incluso a las lectoras y lectores, calibrar de mejor forma las noticias que los medios emiten.
Otra crítica que escucho a menudo, es por los banners, contenidos patrocinados y todos los productos electorales que aparecen en el diario. Sin embargo, ahí hay una historia que contar.
Existe una candidatura en Maipú que pidió, a la hora de comprar publicidad, la firma de un contrato donde desde La Voz nos comprometiéramos a discutir con ellos cada artículo o columna que hiciese referencia a la candidatura. Un intento de censura enorme, que al no haberla aceptado nos acarrea perjuicios económicos, pero que nos permite dormir tranquilos.
Mucho más tranquilos, al menos, que aquellas y aquellos que en vez de sincerar posturas, las esconden y disfrazan a los medios de paladines de la imparcialidad, cuando que en la realidad todos los medios de prensa son muchas cosas, menos imparciales.