Llegué a Barcelona a las diez de la mañana, del 17 de agosto, luego de 20 horas de viaje desde París. Con mi amiga, sin saber mucho arribamos a la estación de trenes de la ciudad de Barcelona ¿el plan? Ir a la Plaza Cataluña y por supuesto a Rambla, nos dijeron que era donde se concentraba todo el sabor de la ciudad.
Por corazonada, por rendirnos de aprender cómo funcionaba el Metro, por ahorranos un viaje en tren, -porque Dios es grande diría mi mamá- partimos a Madrid, sin pensarlo demasiado, en 15 minutos ya estaba arriba del otro tren.
Al llegar al hostal nos dimos cuenta que 13 personas habían muerto en un atentado terrorista. Una situación que vive latente en Europa, más en estos momentos que son las vacaciones de verano aquí. No fue extraño encontrarnos con militares con metralleta en los otros paises que hemos estado, tampoco la revisión de mochila y detectores de metales en las entradas de los museos, Metro y hasta en lo malls. Debo confesar que bajar de un tren y ver a un milico armado asusta.
Este ha sido mi primer día en España y mi primer día de pena durante el viaje. Al hablar con los dueños del hostal -españoles- se les llenan los ojos de lagrimas por los hechos, por sus compatriotas, porque sienten miedo, pero saben que mañana van estar bien, porque no quieren que el terrorismo les gane y consigan su objetivo. Quieren vivir en paz.
A pesar de la valentía y tranquilidad con la se visten, y quieren mostrar a los turistas saben que es una situación horrorosa, que pueden ser ellos un blanco en cualquier momento y sin preveerlo.
Hoy, 18 de agosto, nos despertamos con el audio de whatsapp de parte de la mamá de mi amiga, con angustia nos decía que nos fuéramos de España, por que había ocurrido un nuevo atentado en Barcelona. Estamos a solo 3 horas de allí, en Madrid, ciudad turística y con 37 grados de calor.
Hoy, el comercio se encuentra abierto, las aglomeraciones de personas son igual que ayer -pienso que los turistas no lograron conectarse con la realidad, vienen de fiesta, de compras y eso es lo que les importa-. Hoy, sí las calles se encuentran con policías, metralleta en mano en los puntos más importantes de la ciudad, esperando, vigilando expectantes: nadie sabe dónde ni cuándo será el próximo atentado.