Quería partir esta columna con la siguiente frase:
Aborté hace dos años
Pero luego me empecé a enredar un poco: tal vez no era bueno partir así. Tal vez era mejor partir contando la historia completa, conmover a los lectores, hacerlos empatizar y, así, poder cerrar con la frase del aborto.
De tanto pensar no me di cuenta de la trampa. Ésa en la que caemos -en la que se nos hace caer- las mujeres. Culpa, supongo que se llama. Trato de desgranarla. ¿Por qué partir con la frase Aborté hace dos años me da culpa? Leo relatos sobre aborto para entender. Y la mayoría encierra lo mismo. Énfasis en el dolor. No sólo físico. Énfasis, por ejemplo, en decir lo difícil que fue todo, lo duro que resultó tomar la decisión.
Énfasis en que no es que haya habido un embarazo por descuido (como si a nadie le hubiera pasado), si no que a pesar de estar tomando pastillas, tener T de cobre, usar preservativo y estar en días no fértiles -todo eso junto- quedaste embarazada. Y entonces abortar se hace un poco más justificable (¿Justificable para quién?), como si los relatos de aborto tuvieran la estructura de una disculpa (¿Disculparse ante quién?) y esa estructura no puede más que parecerme de una lógica perversa. Porque subyace lo siguiente: sólo es perdonable un aborto si es que en el relato que haces de él lo muestras como algo horroroso, algo que no te dejó indiferente.
Aborté hace dos años. ¿Fue doloroso? Sí ¿Fue precario? Sí. ¿Los días previos fueron difíciles? ¿Los posteriores? Sí y sí. Sí a todo, cómo no decir sí en un país donde el aborto no es legal.
Pero también puedo decir un montón de cosas más: no me arrepiento, no me siento mal por haberlo hecho, no lo dudé ni medio segundo, cuando pasó fue un alivio inmenso, no marcó mi vida e, incluso, mientras lo hacía, aceleré las contracciones jugando Just Dance.
No digo esto como una provocación media inútil. Es que siento que aquí está el centro de la cuestión: no es necesario andar pidiendo disculpas. Precisamente porque no querer tener un hijo es la razón más poderosa para no tenerlo. Todo lo demás sobra. Desvía. Reitera la idea de que el cuerpo no es nuestro, de que no somos personas si no sólo un espacio que se valida en torno al otro, al hombre, que nos da lugar sólo si hemos sufrido, si tal vez -remotamente- puede ponerse de nuestro lado porque a su hija/hermana/tía también le podría pasar.
Y creo que es por todo esto que digo que el aborto en Chile sólo se discute en tres causales. Causales que implican sufrimiento en la mujer, por ende hacen que el aborto quede un poquito más validado porque la narración, al menos, será desde el dolor.
Escribo media cansada. Anticipo las respuestas que tendrá esta columna. Irán desde que Hitler estaría de acuerdo conmigo hasta si acaso no me gustó abrir las patas. En algún minuto me habría dedicado a responderlas. Hoy no. Hoy sólo voy a decir: yo aborté hace dos años. No lo disfruté, como dirán los que argumentan que en un futuro terrible, la gente abortará tal como se saca el apéndice (por lo demás, tuve apendicitis: tampoco lo disfruté) pero me pasó lo que pasa en la vida, nomás: a veces hay decisiones que son lo mejor para determinado momento.
Yo no quería ser madre (no tenía ni tiempo ni plata y lo más importante: ganas) y serlo a contrapelo me pareció irresponsable. Entonces, vuelvo a la frase: Yo aborté hace dos años. Y es una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida.
Por Camila Gutiérrez, Escritora y autora de Joven y alocada.