¿Cómo fue que en 48 horas pasamos de ser según el Presidente Piñera un oasis en Latinoamérica a un país en toque de queda? La pregunta me la hace un amigo. El mismo que minutos más tarde me dirá que al chileno lo único que lo moviliza es el dinero; el daño al bolsillo propio.
Pues desde su vereda los 30 pesos que subió el metro fueron motivo suficiente para desatar el caos y la indignación.
Yo lo miro sorprendido. Y hago uso de mi legítimo derecho a guardar (un ratito) de silencio. Doy unas bocanadas a un cigarro como si estuviera buscando en las volutas de humo un esbozo de respuesta.
Llevo más de 44 horas despierto escribiendo sobre el estallido social que azota al otrora “jaguar de latinoamérica”. ¿En qué minuto el pueblo manso se reveló contra el poder político y económico?
Y es que hace unas semanas, si alguien me hubiera contado lo que aconteció, lo habría acusado de loco.
¿Quién no?
Los 30 pesos, desde mi vereda, son la gota que rebalsó no un vaso, sino miles. Porque Pedro le pega a la cacerola indignado porque es prisionero de un crédito universitario que parece no terminar nunca. Juan, por su lado, está cansado de vivir con miedo. Miedo a que él o su esposa pierdan sus trabajos. Pues en el fondo, dos meses de cesantía destruirían su modelo de vida: lo harían salir de su posición de clase media.
Sabe que a pesar de vivir en un condominio dos meses sin salario significarían no poder pagar la cuota de la casa al banco, los autos a la financiera o el colegio de sus hijos. Por ello, golpea con fuerza la olla, en un barrio donde nunca antes se sintieron cacerolazos. Diego por su lado, no golpea ninguna cacerola. Está agazapado en una esquina, esperando que la turba ataque Claro, para hacerse con el último iPhone, ese que usan gerentes, ejecutivos y deportistas. El mismo que vale cinco de sus sueldos mínimos y que por años le ha resultado esquivo.
Y no. La idea no es justificar. Todo lo contrario: es mostrar que el estallido tiene miles de razones. En un Chile donde las pensiones son de hambre, el acceso a la casa propia se ha hecho imposible para amplios grupos de la sociedad, y el estado ha dejado en manos del mercado salud, educación y vivienda, cada uno tiene sus razones.
Son más que 30 pesos. Es una generación completa que creció alejada del trauma que provocó nacer o crecer en dictadura. Son, en su mayoría, jóvenes para los cuales la política dejó de ser un espacio interesante. Es gente asustada, cansada y maltratada.
Son también padres y abuelos, que encontraron en los escolares la valentía que por años les faltó. No hay liderazgos, ni partidos políticos que puedan arrogarse la conducción del fenómeno. Y es un problema para el gobierno, pues no hay con quién sentarse a negociar. ¿Negociar qué cosa?
En medio del toque de queda, se confirma que tres personas perdieron la vida. Y el conflicto se torna color de hormiga. Y es que se puede arreglar el metro, y el supermercado saqueado se demorará 48 horas en reponer stock y algunas semanas en cobrar el seguro. Pero esos tres chilenos que faltan se convertirán una sed insaciable para quienes les darán sepultura.
Y la derecha se muestra incapaz de levantar un discurso coherente, pues Piñera dice que escuchó con humildad, mientras su Ministro del Interior minimiza el problema, reduciéndolo a un “grupo de vándalos”, y la señora Juanita llena en el Líder de 4 Álamos su bolsa con enseres prohibidos para la pensión de hambre que tiene, pero que esta vez le resultan posibles en medio del saqueo.
Mientras tanto, en Valparaíso los infantes de marina maltratan a aquellos que desafiaron el toque de queda, la exNueva Mayoría e incluso el Frente Amplio, no encuentran forma de obtener una mínima ganancia política: los primeros pues fueron cómplices del sistema (y poco hicieron por cambiarlo) y los segundos porque tienen tantas voces diferentes, que prefieren guardar silencio antes que aparecer discutiendo entre ellos por la prensa.
Y las horas pasan y la televisión busca de forma incesante el humo de la barricada, el supermercado saqueado o el incendio más grande. El canal de televisión estatal se ubica estratégicamente, para captar en primer plano al matrimonio joven hurtando un televisor LED de 65 pulgadas.
Probablemente porque esas imágenes generan más audiencia que mostrar las cacerolas que suenan por millones en Maipú. Un sonido que también se repite en La Pintana, Providencia, Vitacura y Las Condes.
Esta noche los chilenos duermen bajo un toque de queda. El primero en Santiago desde 1986. Y otros miles se rebelan y salen a las calles. Algunos avalan la violencia y la destrucción, pues la consideran un acto de justicia social. A otros no les gustó que se destruyera el metro, pero salieron a hacer sonar sus cacerolas, pues creen que el sistema debe cambiar. Una ínfima parte salió a saquear, y robar cámaras en la TV y portadas en los diarios.
La elite debe tener difícil la tarea de conciliar el sueño. Porque algunos se creerán el cuento que en 48 horas el país cambió. Otros en cambio, creemos que este fue un proceso lento, donde toda una sociedad ha sido puesta a prueba en su tolerancia.
30 pesos costó hacer explotar mil razones para estar indignados.
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