Salía todos los días a vender pan amasado y empanadas de horno rellenas de pino recién hecho. Hoy, a sus 84 años la pandemia lo deja vender sólo de viernes a domingo, se levanta a hornear a las 7.00 am para al medio día inundar las calles del Barrio Longitudinal con su característico grito: “¡Amasaito, empanadas calientes!”.
Luis Enrique Correa hace 45 años trabaja con el mismo carro de mimbre y madera con ruedas para ofrecer su especialidad. Generaciones de vecinos y vecinas del lugar han crecido escuchando su voz, cada vez más ronca pero nunca menos potente. Hoy contamos su historia porque “el amasaito”, como más lo conocen, es indudablemente una de las figuras que le da color e identidad a nuestra comuna.
Nació en 1936 en Vichuquén, en la zona centro sur de Chile pero a sus 4 años se vino en tren con su familia a vivir a la vieja comuna de Conchalí, lo que hoy llamamos Recoleta. A los pocos meses de llegar su madre María Correa Hormazabal murió con 24 años de Tuberculosis. En esos barrios vivió durante su niñez, entre memorias de gloria y de oscuridad.
Luis disfrutaba del fútbol con sus vecinos, cuando las pelotas de trapo eran casi la única opción para jugar una pichanga, “yo era experto para hacer pelotas con calcetines viejos que botaban a la basura. Uno le ponía adentro un pedazo de papel, de otros trapos y jugábamos dos o tres días hasta que se desarmaba”. Entre los recuerdos también cuenta que “de repente salía un cabro que le decían ‘el churro’ que era más malo que a cresta pa’ jugar pero era el único que tenía una pelota de fútbol. Había que rogarle para que la sacara pa’ jugar y cuando se tenía que ir se llevaba la pelota y ahí quedábamos no más”.
A los 10 años se escapaba de la casa, “cuando viene un fierro caliente que lo va a quemar o viene una sarta de palos usted arranca pa’ cualquier parte y después se ve viviendo en la calle, recogiendo cosas para comer”. Luis cuenta que su padre “era un satanás en persona”, también vivía con su madrastra Gilberta Guerrero: “Buena madrastra, nos defendía cuando el viejo nos iba a pegar”. A pesar de vivir con él, su padre Julio Molina nunca lo reconoció, por eso Luis lleva como primer apellido el de su madre biológica, “yo soy hijo de pura mamá”.
La vida parece un bucle
Desde los 11 años que es un apasionado hincha del Audax Italiano “ese año (1947) salió campeón Colo-Colo pero yo en la Revista Estadio leí en grande “Audax Italiano”, de los primeros, de ahí que me gusta”. Trae puesta una de sus 6 camisetas del equipo que son de distintos diseños pero todas del Audax. Aunque, es un amante del club de La Florida cuenta que no los alcanza a ver jugar tanto porque trabaja mucho, de martes a domingo salía a vender y los lunes iba a La Vega, donde mismo iba a buscar de comer cuando se escapaba de niño, pero ahora concurría a comprar lo necesario para su negocio.
En su casa en Maipú vive con su esposa Silvia Salinas, casi todos sus hijos e hijas y sus nietos, tiene un taller en el patio donde trabaja desde temprano con su horno, dos mesones y una pesa para medir la harina porque “la cosa no es al lote” como dice él. Cada día que trabaja hace 50 empanadas y 60 panes, los vende todos. Cuenta que para una crisis económica que sufrieron donde él perdió su trabajo en 1974 debido a una hospitalización de casi 4 meses por problemas a los pulmones comenzó al otro año a vender pan y empanadas, “me han dado todo lo que tengo”.
Cuenta que se le ocurrió la idea porque cuando chico él vendía estos mismos productos en las canchas cerca de su casa, su papá tenía un horno en el patio de atrás “era trabajador el viejo”. Con conductas de violencia reiterativa hacia sus hijos Julio Molina es recordado por Luis como un hombre sumamente malo, “mi taita nos tenía bronca a todos los hombres sobre todo a mí. Una vez me colgó desnudo para pegarme”. “No tomaba alcohol, ojalá hubiera sido curado porque así se calmaba” agrega.
“En cuarenta años me habré servido una sola copa de vino”, Luis cuenta que no le gusta beber, en las celebraciones de año nuevo se va a acostar antes de la una de la mañana para al otro día salir a trabajar ya que los festivos son provechosos para su negocio.
Su hija Úrsula, la cuarta de cinco hermanos recuerda que sólo una vez en su vida vio a su papá borracho: “Estaba acostado y me decía que yo era su oruga, nada más” se ríen. Para un primero de enero su vecino lo invitó a tomar, tenía dos botellas de whisky argentino, no quedó nada, al otro día se levantó a medio día y se sentía muy mal, se acostó y durmió hasta el día siguiente. Con esa jornada no trabajada “se arrepintió para toda la vida” cuenta Úrsula.
No sólo de pan vive el hombre
Se podría decir que la vida de Luis Correa estuvo siempre ligada al horno pero no sólo de pan vive el hombre, su hija Úrsula y su esposa Silvia lo animan a hablar de su pasado de atleta.
Fue corredor desde los 19 hasta los 52 años, y recién a los 82 aproximadamente paró de correr por hobbie. En su primera carrera dice que llegó mal, paró como 5 o 6 veces pero después fue aprendiendo las técnicas de la disciplina aunque nunca pasó desapercibido: “Mi papá comenzaba a correr con todos los competidores y a las dos cuadras se sacaba las zapatillas y corría a pata pelá toda la carrera” cuenta Úrsula y Luis agrega: “después me acostumbraba a dejarlas en la partida y en la meta llegaban mis hijas a pasarmelas” explica que se sentía más liviano y su esposa cuenta que una vez mostraron sus pies en televisión.
Viajó para participar en una carrera de atletismo en Buenos Aires el año 1986 a sus 50 años.
- Periodista: ¿Cómo le fue en esa carrera?
- Luis: Me fue re mal.
- Úrsula: Pero si sacó el tercer lugar.
- Luis: Sí pero me ganó un argentino y un uruguayo po.
Se dedicó más de una década a ser cerrajero artístico de profesión, hacía puertas para los mausoleos y capillas del Cementerio General. Hizo más de 500 puertas, para el Cementerio General 1 por semana, durante 11 años.
En el año 1974 enfermó de los pulmones y estuvo casi 4 meses fuera del trabajo de los cuales tres y medio hospitalizado. Al volver, cuenta que su jefe no requirió de sus servicios ya que comenzó a pedir las puertas al extranjero a un menor costo.
Entre los 16 hermanos que cuenta Luis estaba Gabriel, apodado ‘el Cholo’ por su color de piel e hijo de su madrastra, fue detenido y asesinado en la Comisaría de Recoleta bajo la dictadura de Augusto Pinochet, lo encontraron tirado en la carretera Panamericana, lo llevaron al Servicio Médico Legal ubicado al frente del trabajo de Luis en el cementerio, tuvo que ir a buscarlo, 32 años tenía Gabriel, 36 años Luis.
En ese tiempo vivía en Recoleta, en la Quinta Bella “junté plata por 11 años y después me vine a vivir a esta casa”, con su pareja e hijos. Cuenta que buscó un lugar donde hubieran casas a un valor accesible, así llegó a Maipú el 6 de enero de 1997, “la casa estaba lista, había que traer las pilchas e instalarse no más”.
El 22 de febrero del 2020 se operó de la vesícula en el Hospital del Carmen, de ahí que se encerró a reposar lo que se alargó con la cuarentena. Noelia, su hija menor cuenta: “Nosotras no lo dejábamos salir y todas las semanas decía ‘ya, el lunes voy a ir a la vega’, estaba verde por salir”. Contó 7 meses y medio sin trabajar hasta que llegaron las Fiestas Patrias, todo ese periodo se sustentó con la ayuda de sus hijas y con dinero ahorrado, “así se afirmó bien la olla”.
Luis se jubiló a los 70 años y es beneficiario del fondo antiguo de pensiones, le queda poco para cumplir 85 años y piensa parar de trabajar a los 90, le quedan cinco y su energía no tiene pausa, disfruta de su trabajo y está consciente de que mantener una ocupación es muy importante como dice él: “pa que no me lleve el diablo”.